viernes, 26 de octubre de 2012

Independencia

Acabo de leer un artículo de Emilio Campmany en el que, con un cierto aire de hastío, pasa a engrosar la cada vez más amplia lista de españoles no catalanes que piden un referéndum de independencia para Cataluña. Ya está bien de chantajes catalanistas, dice, por lo que, si lo que quieren es largarse, lo mejor que podemos hacer es establecer un sistema por el que esto se pueda lograr dentro de la legalidad.

Argumenta don Emilio que hay dos formas de conseguir este objetivo: o se reforma la Constitución para definir mecanismos legales por el que las comunidades autónomas puedan acceder a la independencia, o se plantea un referéndum para conocer los deseos de los catalanes, y si resulta que son favorables a la independencia (y sólo entonces) se acomete la reforma de la Constitución. Por una simple cuestión de economía política y monetaria es favorable don Emilio a esta segunda opción: sólo se reformaría la Constitución en caso de que los catalanes quisieran irse.

Lo que don Emilio parece querer ignorar es que ambas opciones precisan cambios constitucionales previos. Bueno, en sentido estricto solamente. Estamos demasiado acostumbrados a que la Constitución se retuerza, se estruje y se exprima para que diga exactamente aquello que queramos que diga; visto de esa manera, no sería necesario cambiar la Constitución para nada.

Pero imaginemos por un momento que tenemos un Tribunal Constitucional que, en un ataque de responsabilidad, ha decidido tomarse en serio su trabajo. Entonces, no podrían dejar de pasar por alto el artículo 1.2, donde se establece que La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del estado. Y este artículo tan breve y conciso no quiere decir otra cosa que los dueños de España son los españoles; o, dicho de una forma más concisa, que los dueños de TODA España son TODOS los españoles; todos los españoles tenemos nuestra parte proporcional de propiedad de cada parte de España.

Por más que se empeñen, los catalanes no son los dueños de Cataluña, de la misma manera que los asturianos no son los dueños de Asturias ni los extremeños los dueños de Extremadura; porque, además, ¿quiénes son los catalanes? ¿Es catalán sólo el que está empadronado allí? Entonces, ¿qué hacemos con los catalanes que, por motivo de trabajo, o familiares, o por lo que sea, han tenido que irse y están empadronados en, por ejemplo, Cáceres? ¿Les dejamos votar o no? Aunque también podemos considerar catalanes a aquellos que han nacido en Cataluña, solo que en ese caso, ¿qué hacemos con Montilla o Durán y Lleida? ¿Les dejamos votar, o ellos no son catalanes? Pues tenemos un problema. ¿Y aquellos que tienen raíces catalanas (padres, abuelos, bisabuelos...) pero han nacido en Teruel? ¿No tienen nada que decir sobre el futuro de la tierra de sus ancestros?

Un referéndum en España estaría mucho más claro: votan aquellos que tengan nacionalidad española, independientemente de dónde hayan nacido y de dónde residan, pero en Cataluña no existe nada parecido a una nacionalidad catalana, por lo que cualquier intento de establecer un censo de votantes para el referéndum es, por definición, arbitrario e injusto. Por eso la soberanía de España reside en todo el pueblo español: porque las decisiones que afectan al territorio de cualquier parte de españa afecta, directa o indirectamente, a todos los españoles.

Por eso, señor Campmany, con el sistema constitucional que poseemos, no es posible realizar un referéndum de autodeterminación sólo en Cataluña. Por eso debemos empezar a preocuparnos un poco más de nuestros conciudadanos, que están siendo sistemáticamente engañados por una clase política corrupta que les asegura que la independencia les convertirá en Suiza, cuando lo más posible es que no lleguen a ser más que Albania.

Reconozco que es tentador tirar por el camino fácil y pretender deshacernos de los catalanes con la excusa de que no podemos estar siempre cediendo al chantaje, pero son españoles, de la misma manera que el resto, y como tales, merecen que les protejamos igual que si viviesen en Santander.

Aunque eso incluya protegerlos de los mismos políticos sin escrúpulos a quienes ellos mismos han votado.

martes, 9 de octubre de 2012

¿Qué es lo que proponen?

Las crisis económicas son el caldo de cultivo ideal para todo tipo de protestas. Cuando las cosas van bien nadie se acuerda de las injusticias, de la corrupción o de las carencias del sistema; sólo queremos hacer nuestra vida y que nadie nos toque mucho las narices: los políticos ya sabemos que son un mal menor con el que tenemos que cargar, porque asumimos que, de uno u otro signo, todos son iguales. Pero cuando nuestro bolsillo comienza a resentirse… por ahí sí que no pasamos: cualquier noticia se convierte en un desencadenante de una movilización, una protesta, una manifestación, una ocupación…

Cuando no es un desahucio es una subida de precios, y cuando no, una congelación de pensiones. Pero la mayor parte de las veces son simplemente noticias económicas de las que no tenemos mucha idea de su efecto real: nos van mal las cosas, por lo que cualquier intento de solucionarlas tiene que ser, por definición, perjudicial.

En ese contexto se deben entender las últimas protestas encabezadas por los sindicatos en contra de las medidas económicas del gobierno, en general, y de los Presupuestos, en particular, y, en concreto, del chantaje lanzado según el cual, o se convoca un referéndum para preguntar a los ciudadanos por las medidas económicas o plantearán una huelga general.

Dejemos de lado el hecho de que, según van pasando las distintas huelgas generales, su apoyo va siendo cada vez más minoritario, y centrémonos en qué es lo que significaría convocar un referéndum para preguntar por la política económica. En primer lugar, deberían habernos dicho qué pregunta plantearían. No me imagino una papeleta de voto en la que nos hiciesen desglosar nuestra propuesta de Presupuestos Generales. No: una pregunta de referéndum debe ser simple, clara y concisa; debe poder responderse con un sí o un no. Y está claro que por ahí van las cosas: supongo que la pregunta debería ser algo así como “¿Está usted de acuerdo con las medidas económicas que está tomando el Gobierno para solucionar la crisis?”

A partir de aquí, de todas formas, es cuando se abre el abismo. Supongamos que los sindicatos tienen razón y el grueso de la población, indignadísima, vota en masa que no. ¿Qué política económica se sigue a partir de entonces? ¿La de los sindicatos? Supongo que para algunos el colmo de la democracia sería deslegitimar las acciones de gobierno de alguien que ha conseguido más del 40% de los votos en una elecciones generales y aplicar otras medidas económicas de alguien que no ha sido votado por nadie.

Otro tanto puede decirse de esos “movimientos ciudadanos” con nombres alfanuméricos como 15M o 25S, que se han decidido a rodear el Congreso de los Diputados al grito de “no nos representan”. Cierto es que muchos de los que allí se sientan forman ya parte de una especie de casta funcionarial cada vez más parecida a las nomenklaturas de los regímenes soviéticos, pero, de mejor o peor forma, han sido elegidos por cerca del 70% de los ciudadanos. Si ellos no nos representan, ¿quién lo hace? ¿Los de las asambleas de barrio? ¿Quieren decir que veinte tíos que se reúnen un buen día en una jaima en la Puerta del Sol están legitimados para decidir cuál va a ser mi futuro? Y claro, yo no tengo nada que decir al respecto ¿no?

Me da mucho miedo esta crisis. Me aterra la posibilidad de que esta situación económica se enquiste y, como decía en un post anterior, acabemos condenados a la pobreza. Pero me da mucho más miedo que eso sirva como excusa para que unos salvapatrias sin escrúpulos se arroguen el derecho de decidir cuál va a ser el futuro de mi país. El populismo barato enraíza muy fácilmente en la gente desesperada, pero es deber de los que aún no lo estamos denunciar a los farsantes que se aprovechan de una situación muy difícil para imponer sus ideas sin tener ni la más mínima legitimidad para ello.

NOTA: Cuando hablo de “Los Sindicatos” así, en genérico, me estoy refiriendo, cómo no, exclusivamente a UGT y CCOO. Me repugna esta forma de hablar, pero está tan establecida que resulta difícil no caer en ella. Trataré de comentar en otro post esta forma totalitaria de entender la representación política.

jueves, 30 de agosto de 2012

Apple abusa de las patentes

Me estoy divirtiendo mucho estos días leyendo las noticias a cuenta del juicio del siglo que enfrenta a Apple y a Samsung. Y no precisamente leyendo las noticias en sí, sino los comentarios que deja la gente en los periódicos de Internet.

Como si de un Madrid-Barsa se tratase, los lectores se han alineado con alguna de las dos partes, defienden sus posiciones a capa y espada y descalifican al oponente, llegando incluso al insulto y al lenguaje soez.

El argumento central de la historia es que Apple, como compañía puntera que es, ha desarrollado un producto innovador y revolucionario que ha generado un gran impacto social y ha cambiado la idea que se tenía de cómo debe ser un teléfono móvil; y que, por el otro lado, Samsung, aprovechándose de dicho desarrollo, ha plagiado los productos de Apple sacando al mercado copias de peor calidad y, por lo tanto, más baratas.

Evidentemente, es totalmente lícito y moral que una empresa (llámese Apple, Boeing, Samsung o Gunitados Blasa) patente sus investigaciones y sus desarrollos para evitar que otras empresas se aprovechen de su trabajo e incurran, por lo tanto, en competencia desleal. Pero me temo (y es una opinión personal) que Apple se extralimita a la hora de decidir dónde se encuentran los límites de su trabajo.

Al parecer, según he podido leer en las informaciones que proporcionan los medios de comunicación, el meollo de la denuncia se basa en cómo se comportan los dispositivos de Samsung en la interacción con el usuario; concretamente, la forma como los listados “rebotan” cuando se llega al último registro y la forma como se puede hacer zoom “pellizcando” la pantalla con dos dedos. Según la sentencia que condena a Samsung, estos dos procesos han sido desarrollados por Apple y copiados por Samsung.

Comparaba uno de los “defensores” de Apple el caso con otro hipotético en el que una empresa de neumáticos copia los procesos de fabricación y los materiales de un desarrollo ajeno, o incluso el caso de que hiciese una evolución a partir de ese desarrollo ajeno; argumentaba, con muy buen criterio, que en ambos casos el nuevo fabricante debería pagar al fabricante original, y que lo contrario sería un robo. Y estoy completamente de acuerdo con ese argumento, pero creo (y que me perdone la gran familia de consumidores de Apple) que éste no es el caso que nos ocupa.

Continuemos con el símil de los neumáticos. Si Apple se dedicase a este negocio, sacaría al mercado (tras largos años de investigaciones) un neumático revolucionario imposible de pinchar. Habrían desarrollado una disposición especial del esqueleto de acero que impediría que fuese atravesado por nada y un tratamiento del caucho que sellaría de inmediato cualquier pequeño corte o grieta; harían una presentación multitudinaria del nuevo producto, seguida de un lanzamiento mundial, y la gente haría colas de tres días a las puertas de Tiendas Aurgi para ser los primeros en poner los nuevos neumáticos en sus coches.

Poco tiempo después, Samsung anunciaría que saca al mercado su propio neumático anti pinchazos, basado en un compuesto derivado de una mezcla de caucho reciclado con una resina que activa la reacción de recauchutado en contacto con el aire, con lo que cualquier pinchazo regenera el neumático. Al no tener que utilizar una densísima red de acero ni necesitar un tratamiento especial del caucho, el neumático es más barato.

Y entonces llega Apple y le planta una denuncia porque el neumático anti pinchazos lo inventaron ellos.

Apple (y cualquier empresa) puede patentar un dispositivo concreto o bien el proceso por el que se consigue que un dispositivo realice una función, pero no tiene sentido que intente patentar la función en sí. Se vería completamente ridículo que Motorola, por ejemplo, demandase a todos los fabricantes de teléfonos móviles porque todos suenan para avisar de una llamada, o por la función de vibración que todos poseen (incluso los Apple); sin embargo, se ve bien que Apple pretenda que no se pueda hacer zoom usando dos dedos.

Según yo lo veo, Apple está en su perfecto derecho de patentar el desarrollo informático (software) que permite, a partir de una pantalla multitáctil realizar un proceso concreto (zoom, desplazamientos, apertura de aplicaciones…). Si otra empresa es capaz de ejecutar los mismos procesos de otra forma distinta no estaría violando ningún derecho de propiedad intelectual. Y como Apple utiliza su propio sistema operativo, es virtualmente imposible que Samsung haya copiado sus desarrollos informáticos.

Entre otras cosas, porque estos desarrollos no son responsabilidad de Samsung, sino de Android, que es usado por la mayoría de los fabricantes de teléfonos inteligentes, que realizan las mismas funciones de la misma manera que los teléfonos de Samsung. Sin embargo, la denuncia no se ha dirigido contra Android, sino contra Samsung, en lo que parece más un intento de eliminar del mercado a su principal competidor que la necesidad de proteger unos supuestos derechos de autor.

El problema es que un tribunal con un más que apreciable tufo a parcialidad (tribunal americano mediando entre una empresa americana y otra coreana) le ha dado la razón, lo que no puede sino ir en detrimento de la competencia, la innovación y los derechos de los consumidores.

jueves, 23 de agosto de 2012

¿Qué hacemos con las renovables?

La obsesión por encontrar una fuente de energía alternativa a los combustibles fósiles es una constante en casi todo el mundo desde los años setenta; en un primer momento, por la creencia maltusiana en el agotamiento inminente de este tipo de recursos, y posteriormente por la fe casi religiosa en el apocalipsis climático que nos espera si no dejamos de utilizar estos combustibles.

Existe, desde entonces, un consenso casi total en la idea de que debemos comenzar a priorizar el uso de energías que no dependan de recursos limitados, que no vayan a dejarnos tirados en un momento determinado: las llamadas energías renovables. Sin embargo, esta obsesión y este consenso no están consiguiendo que, cuarenta años después de la primera crisis del petróleo, la producción de estas energías renovables estén haciéndonos más independientes de los combustibles fósiles. ¿Por qué?

En primer lugar, me gustaría apuntar que sólo considero aquí como energías renovables la solar (fotovoltaica y termosolar) y la eólica. La energía geotérmica estaría muy restringida a lugares con actividad volcánica, la hidráulica necesita de unas infraestructuras que hoy en día ya se encuentran muy cuestionadas y la biomasa necesitaría que toda la superficie de la tierra se dedicase a ella como para poder resultar una alternativa.

En mi opinión, las energías renovables, tal y como están concebidas hoy en día, tienen, entre otros muchos, dos problemas principales, ambos derivados del uso que se está dando a estas energías: generación de electricidad directamente a la red de distribución.

El primer problema al que se enfrentan las energías renovables es debido a la desigual distribución espacial del sol y el viento. A pesar de que ambos existen en todo el planeta (eso es innegable) no son aprovechables de la misma manera. Así, a nadie se le ocurriría sugerir que países como Finlandia, Alemania o Gran Bretaña obtuviesen del sol el grueso de su gasto energético. En cuanto al viento, que en principio sí podría estar mejor repartido, la cantidad de generadores que se necesitan para abastecer un país hace que, ya hoy en día, se asuma que sólo los parques eólicos marinos vayan a poder ser utilizados de forma intensiva.

Así, podríamos contar en un futuro con grandes parques generadores de energía solar en países con muchas horas de sol al año (países desérticos, como Argelia, Mali, Arabia Saudí, Australia…) y parques de generación eólica en países con gran extensión costera (en general todos los países costeros). Esta distinción entre centros de generación y de consumo es la que produce el primer problema. La creación de electricidad debe realizarse lo más cerca posible de los centros de consumo; si no, el transporte se vuelve tan caro e ineficiente que no resulta rentable su utilización. En el ejemplo anterior, no tiene ningún sentido generar la electricidad en Mali para consumirla en Polonia. Simplemente, no llegaría.

El segundo problema es debido a la desigual distribución temporal del sol y el viento. Es evidente que una central solar sólo produce electricidad cuando hay sol, y una eólica, cuando hay viento. Pero la electricidad se necesita cuando se necesita, no sólo cuando hay sol y viento. Además, se da la circunstancia de que, al menos en España, los picos de consumo de electricidad se producen en esos anticiclónicos días de verano y de invierno, cuando no se mueve una brizna de aire, y, en cualquier caso, por la noche, cuando, evidentemente, no hay sol. Así, la norma es que, por cada megavatio renovable instalado hay que instalar un megavatio no renovable (habitualmente se hace con centrales de gas de ciclo combinado) que está en espera por si acaso hace falta suplementar la producción renovable. Así, encarecemos todavía más el precio de la energía.

Al final, ambos problemas son sólo uno: la electricidad no se puede almacenar (al menos, no en las cantidades necesarias para su uso masivo). Todo pasa por encontrar una forma en la que poder almacenar esta energía, que sea, además, fácilmente transportable.

Y esa forma, evidentemente, existe. Si no se utiliza ya es, supongo, por problemas exclusivamente técnicos, porque, evidentemente, no va a ser todo el mundo más tonto y más ignorante que yo. Esa forma es, cómo no, el hidrógeno.

Utilizar el hidrógeno como fuente de almacenamiento de energía permitiría prescindir del petróleo como combustible en los vehículos a motor. En todos. Además, su tremenda capacidad calorífica lo haría muy rentable a la hora de utilizarlo para producir electricidad en centrales térmicas. Los riesgos para su transporte no creo que sean mucho más elevados que los del gas natural, y su posibilidad de almacenamiento está fuera de toda duda.

¿Cuál es, entonces, el inconveniente a la hora de comenzar a producirlo de forma masiva? No soy un experto, pero sólo puedo asumir que es el rendimiento de producción. Si con la electricidad generada cubriendo el desierto del Sahara con paneles solares sólo obtenemos hidrógeno para mover los coches de Italia, es evidente que el sistema no sirve. Hay que buscar otra forma de generar el hidrógeno.

Personalmente, creo que el futuro estará en algún tipo de fotolisis ayudada por un catalizador, de forma similar a como lo hacen las plantas. La electrolisis utilizada hoy en día, aparte de poco eficiente, utiliza reactivos muy tóxicos y peligrosos.

Si esto llega a hacerse realidad algún día, podremos ver a países, actualmente pobres, convertidos en grandes exportadores de energía, una energía mucho más barata que permitirá una nueva etapa de crecimiento y prosperidad global. Pero para que ese día llegue, hay que dejar trabajar a quien realmente sabe, y no permitir a un político que decida quién, cuándo y de qué manera debe producir la energía.

viernes, 29 de junio de 2012

Salir de la crisis (II)


Decíamos en la anterior entrada que la única manera de salir de esta crisis con un mínimo de solvencia, con las garantías de no volver a caer en el pozo a los pocos años, es asumir que somos pobres, comportarnos como tales y, a partir de ahí, luchar para salir de esa situación, como lucharon nuestros abuelos y nuestros padres para colocarnos en la situación en la que hemos vivido estos años. ¿Podremos hacerlo? Yo creo que no.

Y creo que no podremos hacerlo porque nos falta una herramienta con la que sí contaron ellos, lo que nos ha dejado inermes a la hora de enfrentarnos a casi cualquier situación que nos podamos encontrar en la vida. Me refiero a la educación.

Evidentemente, no voy a decir (porque es mentira) que la educación en la época de nuestros abuelos estuviese más extendida que en la actualidad, ni que (a igualdad de capacidades) todos tuviesen las mismas oportunidades de estudiar. Afortunadamente, en ese aspecto hemos mejorado mucho. Pero sí estoy convencido de que, comparativamente, la calidad de la enseñanza hace cincuenta o sesenta años estaba muy por encima de la actual, sin tener internet, medios audiovisuales, ni, muchas veces, libros o incluso cuadernos.

Hoy, sin embargo, me da la impresión de que no importa tanto la calidad de la enseñanza impartida como que esta enseñanza llegue a todo el mundo. Sé que este propósito es muy loable, pero convertir el sistema educativo en una especie de sistema de estabulación de niños-adolescentes-jóvenes, hasta una edad cada vez mayor, con el único objetivo de retrasar su incorporación al mundo laboral y que no nos disparen las cifras de paro, no puede tener sino efectos devastadores sobre la economía y la sociedad en su conjunto.

A mi entender, sólo existen dos formas de triunfar en la vida y, a la vez, hacer que el resto de la sociedad triunfe también: el conocimiento y el esfuerzo. Desafortunadamente, ambos están desapareciendo a pasos agigantados de nuestro sistema educativo: con el único objetivo de que nadie quede desplazado y homogeneizar así a los alumnos se reduce la exigencia del sistema, con lo que los conocimientos adquiridos son mínimos, y el esfuerzo necesario para conseguirlos se minimiza también. Si a eso añadimos una cultura en la que se exacerban los derechos que tienen los jóvenes, estaremos inculcando en ellos la convicción de que pueden vivir indefinidamente de sus padres hasta que el Estado les proporcione un método alternativo de vida.

Es triste, pero, en la vida, la igualdad no existe. Ni debería existir tampoco. Vamos a tratar de evitar el topicazo de que los hijos de los ricos lo tienen más fácil para llegar a tener la vida resuelta. Probablemente es cierto, pero, entonces, el deber de la sociedad es dar a los hijos de los menos ricos la posibilidad de competir contra ello. Y no se consigue, desde luego, dando una plaza gratuita en la Universidad a todo hijo de vecino. Si todo el mundo tiene un título universitario, pagado con el dinero del contribuyente y sobrefinanciado con becas públicas, quien conseguirá finalmente destacar sobre el resto será aquel que haya realizado un doctorado o un master, es decir, quien tenga dinero para pagarlo.

Conocimiento y esfuerzo. Finalmente, los que triunfarán en la vida serán, por un lado, aquellos que tengan la capacidad intelectual de ocupar un puesto muy especializado que aporte un gran valor a la sociedad, y por otro, los que tengan una gran capacidad de trabajo que sea, además, convenientemente recompensada, tanto si es un asalariado como un empresario. Aquellos que, además, combinen estas dos capacidades se podrían convertir en los grandes creadores de nuestra sociedad.

Para esto sólo es necesario que aquellos que tengan la capacidad de estudiar vean despejado su camino, y aquellos que no la tienen, encuentren una vía alternativa. No se trata de una dicotomía entre listos y tontos, ni entre pobres y ricos. Lo que no tiene ningún sentido es que alguien quiera montar una industria y no pueda hacerlo porque en España faltan maestros torneros; mientras alguien que podía haber aprendido ese oficio y haberse labrado un futuro desperdició sus mejores años en una universidad pública para obtener con mucho sufrimiento un título que no le sirve para nada, y que le ha condenado a la cola del paro, porque lo que se necesita en España son torneros, y no biólogos.

Y mientras la forma de entender la educación en España no cambie, seguiremos condenados a vivir del dinero de los demás.

miércoles, 20 de junio de 2012

Salir de la crisis (I)


Después de cinco años de tribulación económica (sí, yo soy de los que piensan que esta crisis comenzó en agosto de 2007) muchos comienzan a asumir esta situación como permanente. Llevan tanto tiempo diciéndonos que se comienza a ver la luz al final del túnel que es legítimo pensar que se trata, en realidad, de un tren que viene hacia nosotros. Y lo peor de todo es que ninguna de las soluciones propuestas parece tener la más mínima capacidad para, si no solucionar, por lo menos aliviar la situación que vivimos.

A esto, yo añadiría la incapacidad que están mostrando todos los organismos (públicos o privados) de prever el desarrollo de la crisis, con lo que, a falta de diagnósticos certeros, no es previsible que se puedan desarrollar soluciones eficaces, ni de que este tipo de situaciones se puedan prevenir en el futuro. Por lo que parece, las perspectivas no son nada halagüeñas.

Pero saldremos de ésta. Seguro. Si el mundo occidental fue capaz de salir de la recesión del 29 tras haber tirado a la basura miles de millones de dólares y haberse embarcado en una guerra total de cinco años, no cabe duda de que hoy en día, con una economía más globalizada y sin la perspectiva cercana de una gran guerra, acabaremos por salir adelante de nuevo.

Cuestión aparte es determinar en qué condiciones saldremos adelante. Lamentablemente, todo apunta a que el peso de los distintos estados crecerá más todavía, incluso en aquellos países tradicionalmente más recelosos de su control; la intervención los sistemas financieros será aún mayor y la planificación pública de grandes áreas de la economía dejará cada vez menos lugar a la iniciativa privada. Estamos abocados a una nueva crisis (probablemente de mayor intensidad que la actual), pero ese es un toro que tendremos que lidiar en su momento; ahora debemos centrar nuestra atención en estoquear al morlaco que lleva cinco años dándonos topetazos.

Como ya he comentado arriba, estoy completamente convencido de que, salir, saldremos de la crisis. La cuestión ahora es averiguar las condiciones en las que estaremos cuando salgamos de ella. Algunos países, que partían en unas condiciones evidentemente más ventajosas que nosotros, han vuelto casi a la normalidad, y si no están ya completamente recuperados, es únicamente porque tienen que dedicar una cantidad ingente de sus recursos a sostener a otros países que quieren seguir viviendo como hasta hace cinco años.

El caso de España (y en muchos aspectos también el de Grecia) es preocupante, ya que existe una línea roja que mucha gente (y la mayor parte del espectro político) no está dispuesta a cruzar: los derechos adquiridos (o conquistados). Lo estamos comprobando estos días con las protestas de los mineros. El Gobierno se comprometió en su día a mantener una minería del carbón obsoleta y que producía un material de ínfima calidad obligando a las eléctricas a que comprasen, preferentemente, carbón nacional. Luego llegó el fantasma del calentamiento global y se redujo al mínimo el consumo de carbón, aunque se mantuvo la extracción a base de subvenciones. Hoy se intenta eliminar una actividad ruinosa y de la que no se saca ningún tipo de provecho y los mineros montan una revolución porque en diez años no han sido capaces de buscar una alternativa al carbón para ganarse la vida. Como sus abuelos morían en la mina, se han ganado el derecho de mantener un puesto de trabajo hereditario sufragado por el estado para ellos y sus descendientes.

Pero no hay dinero para esos derechos adquiridos. Las cosas que dábamos por hechas hasta antes de ayer hoy son lujos inmantenibles. Sé que este concepto puede crear mucha polémica, pero, al igual que son lujos un aeropuerto internacional en cada pueblo o una línea de alta velocidad a diez minutos de cada casa, también lo son habitaciones individuales en todos los hospitales, un ordenador para cada alumno o becas de estudios para los que no son capaces de sacar más de un cinco y medio.

Somos pobres. Debemos admitirlo. Hemos estado viviendo como nuevos ricos porque pudimos ir engañando a los ricos de verdad, que se creyeron que estaban financiando nuestro desarrollo futuro, cuando sólo estaban alimentando nuestra ansia por aparentar lo que no somos. 
 
Somos pobres. Y debemos volver a comportarnos como tales si queremos salir del hoyo; debemos volver a las listas de espera en la sanidad, a las aulas con cuarenta alumnos, a las calles mal asfaltadas, al transporte público (más) masificado… Porque debemos aprender a vivir con la riqueza que seamos capaces de producir, ya que ésa es la única forma de incentivarnos a producir más.

Cuando lleguemos a ese punto, cuando la gente comience a valorar más un puesto de trabajo que un concierto “gratuito” de David Bisbal; cuando la gente comience a darse cuenta de que no es moral utilizar los impuestos para cavar zanjas con el único objetivo de llenarlas luego de tierra; cuando se llegue a la conclusión de cualquier trabajo es honroso siempre que no sea ilegal… en ese momento estaremos en condiciones de comenzar nuestra propia recuperación, y podremos plantearnos la posibilidad de ser, de verdad, ricos.

¿El panorama es desolador? Desde luego. Pero es que hay, además, otro problema que puede poner en peligro, incluso, esta posibilidad. Lo veremos en el siguiente post.

miércoles, 11 de abril de 2012

Recortes y repagos


Reconozco que la habilidad de la progresía para la propaganda deja a la derecha a la altura del betún. En cuanto acuñan un nuevo término, bastan un par de días para que los medios afines la distribuyan por todo el país, y ya la tenemos anclada en el inconsciente colectivo, que diría Jung. Sin ningún tipo de análisis, ni reflexión, ni criterio, el nuevo mantra comienza a ser repetido por derechas e izquierdas y se convierte en verdad universal, lo que lleva a la hoguera inquisitorial a quien se atreva a discrepar.

Ya hablé en este foro hace un tiempo de los “Recortes”. Palabro afortunadísimo que sacó la progresía en el momento justo para intentar asustar al electorado sobre una más que previsible victoria electoral del PP. Desde ese momento, todo lo que pasaba en España era consecuencia de los recortes, o se consideraba un recorte en sí mismo. Así, que un profesor diese una hora de clase más a la semana era un recorte en educación; la apertura de un hospital era un recorte en sanidad y una disminución del paro era un recorte en las prestaciones por desempleo. De la misma forma, cada accidente, cada incendio, cada muerte y cada hecho desagradable han pasado a ser consecuencia de los recortes.

Como ya expuse en su momento, el verdadero recorte es quedarse en el paro, renunciar a unas vacaciones o ver mermado el sueldo cada mes por una subida de impuestos. Pero nos hemos acostumbrado a un nivel de vida al que parece que no estamos dispuestos a renunciar. Da la sensación de que nuestro “Estado del Bienestar” es el mejor que podemos tener, y que cualquier cambio en él es, necesariamente, un recorte.

Por otro lado, últimamente hemos asistido a la eclosión de un nuevo mantra: el “Repago”, usado en sustitución de copago. Lo comentó un político, lo difundió algún medio de comunicación, y, en cuestión de un par de semanas, ya lo está utilizando todo el mundo.

El término copago se utiliza desde hace tiempo, y está establecido en el ámbito médico para definir la parte de la asistencia sanitaria de la que no se hace cargo la aseguradora y debe, por tanto, ser sufragada por el asegurado. Es un modo de reducir la prima de un seguro médico que es voluntariamente aceptado (o incluso elegido) por gran cantidad de personas, ya que les permite reducir sus gastos en caso de no necesitar los servicios sanitarios.

Pero la situación cambia drásticamente cuando este concepto intenta exportarse a la sanidad pública. Por arte de birlibirloque, aquello que tenía una utilidad y era apetecido por los consumidores pasa a convertirse en un recorte de derechos intolerable; en ese momento, un político afirma que, ya que los ciudadanos están pagando por ese servicio, no debería llamarse copago, sino repago, y ya tenemos montada la algarabía general.

Tenemos en demasiada estima a los impuestos que pagamos. Es cierto que son muchos, pero, como decía antes, nos hemos acostumbrado a un nivel de vida que es imposible pagar con lo que recauda el estado, y estamos tan cegados por el brillo del “Estado del Bienestar” que no somos capaces de verlo. A ver cuándo somos capaces de darnos cuenta de que, con los impuestos que pagamos, no se cubre todo lo que gastamos en sanidad, ni en educación, ni en transportes, ni en pensiones, ni en seguros de desempleo. Si el sistema sigue funcionando es porque, en parte, hay más aportantes al sistema que solicitantes de servicios, y, en parte, porque el Estado lleva años hipotecándose, pidiendo a los “malvados especuladores” aquello que sabe que no será capaz de pagar.

Actualmente, debido al drama del desempleo, la situación ha cambiado, pero, no hace demasiado, mucha gente decidía agotar su prestación por desempleo antes de comenzar a buscar un nuevo trabajo. Era su “derecho”. Habían pagado con sus cotizaciones esa prestación y no estaban dispuestos a renunciar a ella. Nunca conocí a nadie que se hubiese tomado la molestia de sumar el dinero que cotizó durante su vida laboral y comprobar a cuántos meses de sueldo correspondían. Es más gratificante vivir en el mundo del gratis total; en ese mundo en el que ya hemos pagado por todos los servicios que hemos de recibir, y cualquier aportación adicional es un “repago”.

martes, 17 de enero de 2012

Nos suben los impuestos

Y ya tardaba. Cuando un gobernante no tiene la capacidad o la voluntad de poner coto al despilfarro de la Administración (que tantos réditos políticos proporciona) se lanza de cabeza a la actividad preferida de todos los políticos, sea cual sea su pelaje: subir los impuestos. Da igual cómo lo disfracen; pueden decir que serán los más ricos los que sufran la subida, o que el aumento será progresivo, o que las clases más bajas no lo notarán. El caso es que, al final, y pase lo que pase, la presión fiscal no deja de crecer.

Y no es que piense que haya que dejar de pagar impuestos. Hasta yo soy consciente de que es la única forma de financiar el gasto público. Lo que sí me parece es que, si no hay suficiente dinero para financiar ese gasto público, lo que hay que hacer es reducirlo, no intentar buscar fuentes adicionales de financiación. Como escuché en algún lugar, los años de bonanza económica se aprovecharon para incurrir en una serie de gastos superfluos, financiados por el abundante dinero circulante; pero ahora que no existe ese dinero, en lugar de regresar a los niveles de gasto anteriores al boom, lo que se pretende es sangrar (más) a los contribuyentes para poder mantener una estructura pública completamente insostenible.

Porque aumentar los impuestos en épocas de vacas flacas implica asumir que las nóminas de los ciudadanos son una especie de cornucopia de la que se puede sacar ilimitadamente según las necesidades del gobierno de turno. No entienden que los recortes que ellos no quieren hacer deben ser, finalmente, asumidos por los ciudadanos que ven cómo cada vez tienen menos dinero en su nómina. Que no poder pagar un seguro médico complementario de la Seguridad Social es un recorte en Sanidad; que no poder comprar determinado material didáctico para los niños es un recorte en Educación; que no poder asistir a un concierto, o visitar una exposición es un recorte en Cultura…

Dicen ahora que no hay más remedio. Que se han encontrado con un agujero más grande de lo que preveían y que sólo con los recortes que van a hacer no bastará para contener el déficit. Pero yo sí creo que hay más remedio. Yo sí creo que hay mucho gasto público del que tirar antes de saquear las nóminas de los ciudadanos. Yo sí creo que deberíamos negarnos a pagar más impuestos; personalmente, yo me niego a pagar más impuestos…

  • Mientras se sigan financiando con ellos partidos políticos, sindicatos y patronales varias.
  • Mientras se sigan subvencionando actividades antieconómicas, como energías alternativas, coches eléctricos, obras de teatro, películas de cine y comercios justos varios. El que quiera alguno de esos productos, que lo pague.
  • Mientras siga vigente el 1% cultural. Para el que no lo sepa, es la obligación que tienen todas las empresas concesionarias de obra pública de dedicar al menos el 1% de la concesión a obras de conservación del patrimonio cultural. Al final, en lo que se traduce esto es en un sobrecoste de la obra y en una puerta abierta a la corrupción y el trinque.
  • Mientras siga siendo obligatorio “adornar” las obras y edificios públicos con “obras de arte” de “artistas” nacionales. Estoy harto de ver enormes bodrios de cientos de miles de euros en todas y cada una de las rotondas por las que paso.
  • Mientras siga habiendo una sola televisión pública, nacional, autonómica o local. Si es rentable, se subasta, y si no lo es, se cierra y se libera el espacio radioeléctrico que ocupaba para otras televisiones (lo mismo aplica para las radios).
  • Mientras se sigan contratando cantantes de relumbrón para que amenicen nuestras fiestas populares; es más: mientras se sigan pagando con cargo a los presupuestos municipales las mil y una fiestas patronales de los mil y un pueblos de España.
  • Mientras se siga llevando a los jubilados a veranear a Benidorm y a los jóvenes a esquiar a Formigal.
  • Mientras se siga financiando, con la excusa de la ayuda al Tercer Mundo, a todas las dictaduras bananeras que en el mundo existen.
  • Mientras haya una sola ONG que sobreviva gracias al dinero público (¿NG no significaba No Gubernamental?).
  • Mientras haya una sola embajada, o delegación comercial, o como quieran llamarla, de cualquier comunidad autónoma, provincia o localidad, en el extranjero. Para eso tenemos una amplísima red de embajadas y consulados dependientes del Ministerio de Asuntos Exteriores.
  • Mientras sigamos teniendo trece ministerios. ¿No están transferidas casi todas las competencias a las comunidades autónomas?
  • Mientras siga existiendo el Instituto Nacional de Empleo y sus diecisiete réplicas.
  • Mientras siga existiendo un Congreso de los Diputados y un Senado. Con uno de los dos basta.
  • Mientras siga habiendo una sola empresa pública.
  • Mientras los bancos sigan recibiendo dinero público (en forma de Frobs, fondos de rescate, recapitalizaciones y mamandurrias varias).

Hay más sitios de donde recortar, pero no quiero hacer esto más largo. De todas formas, creo que como muestra es suficiente. Y no se han tocado aquí ni sanidades, ni educaciones, ni pensiones, ni seguros de desempleo, ni seguridad, ni dependencias, ni transportes… Es decir, nada de lo tradicionalmente “sensible” del mal llamado Estado del Bienestar.

El problema es que, aunque me niegue a pagar más impuestos, no voy a tener más remedio que hacerlo porque, aunque yo no tengo ninguna capacidad de obligar a mi empresa a que me suba el sueldo, el Gobierno sí que tiene la capacidad de obligarme a mí a subirle el suyo. Así, a base de estacazos, no queda más remedio que subir los impuestos.