Las
crisis económicas son el caldo de cultivo ideal para todo tipo de
protestas. Cuando las cosas van bien nadie se acuerda de las
injusticias, de la corrupción o de las carencias del sistema; sólo
queremos hacer nuestra vida y que nadie nos toque mucho las narices:
los políticos ya sabemos que son un mal menor con el que tenemos que
cargar, porque asumimos que, de uno u otro signo, todos son iguales.
Pero cuando nuestro bolsillo comienza a resentirse… por ahí sí
que no pasamos: cualquier noticia se convierte en un desencadenante
de una movilización, una protesta, una manifestación, una
ocupación…
Cuando
no es un desahucio es una subida de precios, y cuando no, una
congelación de pensiones. Pero la mayor parte de las veces son
simplemente noticias económicas de las que no tenemos mucha idea de
su efecto real: nos van mal las cosas, por lo que cualquier intento
de solucionarlas tiene que ser, por definición, perjudicial.
En ese
contexto se deben entender las últimas protestas encabezadas por los
sindicatos en contra de las medidas económicas del gobierno, en
general, y de los Presupuestos, en particular, y, en concreto, del
chantaje lanzado según el cual, o se convoca un referéndum para
preguntar a los ciudadanos por las medidas económicas o plantearán
una huelga general.
Dejemos
de lado el hecho de que, según van pasando las distintas huelgas
generales, su apoyo va siendo cada vez más minoritario, y
centrémonos en qué es lo que significaría convocar un referéndum
para preguntar por la política económica. En primer lugar, deberían
habernos dicho qué pregunta plantearían. No me imagino una papeleta
de voto en la que nos hiciesen desglosar nuestra propuesta de
Presupuestos Generales. No: una pregunta de referéndum debe ser
simple, clara y concisa; debe poder responderse con un sí o un no. Y
está claro que por ahí van las cosas: supongo que la pregunta
debería ser algo así como “¿Está usted de acuerdo con las
medidas económicas que está tomando el Gobierno para solucionar la
crisis?”
A
partir de aquí, de todas formas, es cuando se abre el abismo.
Supongamos que los sindicatos tienen razón y el grueso de la
población, indignadísima, vota en masa que no. ¿Qué política
económica se sigue a partir de entonces? ¿La de los sindicatos?
Supongo que para algunos el colmo de la democracia sería
deslegitimar las acciones de gobierno de alguien que ha conseguido
más del 40% de los votos en una elecciones generales y aplicar otras
medidas económicas de alguien que no ha sido votado por nadie.
Otro
tanto puede decirse de esos “movimientos ciudadanos” con nombres
alfanuméricos como 15M o 25S, que se han decidido a rodear el
Congreso de los Diputados al grito de “no nos representan”.
Cierto es que muchos de los que allí se sientan forman ya parte de
una especie de casta funcionarial cada vez más parecida a las
nomenklaturas
de los regímenes soviéticos, pero, de mejor o peor forma, han sido
elegidos por cerca del 70% de los ciudadanos. Si ellos no nos
representan, ¿quién lo hace? ¿Los de las asambleas de barrio?
¿Quieren decir que veinte tíos que se reúnen un buen día en una
jaima en la Puerta del Sol están legitimados para decidir cuál va a
ser mi futuro? Y claro, yo no tengo nada que decir al respecto ¿no?
Me da
mucho miedo esta crisis. Me aterra la posibilidad de que esta
situación económica se enquiste y, como decía en un post anterior,
acabemos condenados a la pobreza. Pero me da mucho más miedo que eso
sirva como excusa para que unos salvapatrias sin escrúpulos se
arroguen el derecho de decidir cuál va a ser el futuro de mi país.
El populismo barato enraíza muy fácilmente en la gente desesperada,
pero es deber de los que aún no lo estamos denunciar a los farsantes
que se aprovechan de una situación muy difícil para imponer sus
ideas sin tener ni la más mínima legitimidad para ello.
NOTA:
Cuando hablo de “Los Sindicatos” así, en genérico, me estoy
refiriendo, cómo no, exclusivamente a UGT y CCOO. Me repugna esta
forma de hablar, pero está tan establecida que resulta difícil no
caer en ella. Trataré de comentar en otro post esta forma
totalitaria de entender la representación política.
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