La
obsesión por encontrar una fuente de energía alternativa a los
combustibles fósiles es una constante en casi todo el mundo desde
los años setenta; en un primer momento, por la creencia maltusiana
en el agotamiento inminente de este tipo de recursos, y
posteriormente por la fe casi religiosa en el apocalipsis climático
que nos espera si no dejamos de utilizar estos combustibles.
Existe,
desde entonces, un consenso casi total en la idea de que debemos
comenzar a priorizar el uso de energías que no dependan de recursos
limitados, que no vayan a dejarnos tirados en un momento determinado:
las llamadas energías renovables. Sin embargo, esta obsesión y este
consenso no están consiguiendo que, cuarenta años después de la
primera crisis del petróleo, la producción de estas energías
renovables estén haciéndonos más independientes de los
combustibles fósiles. ¿Por qué?
En
primer lugar, me gustaría apuntar que sólo considero aquí como
energías renovables la solar (fotovoltaica y termosolar) y la
eólica. La energía geotérmica estaría muy restringida a lugares
con actividad volcánica, la hidráulica necesita de unas
infraestructuras que hoy en día ya se encuentran muy cuestionadas y
la biomasa necesitaría que toda la superficie de la tierra se
dedicase a ella como para poder resultar una alternativa.
En mi
opinión, las energías renovables, tal y como están concebidas hoy
en día, tienen, entre otros muchos, dos problemas principales, ambos
derivados del uso que se está dando a estas energías: generación
de electricidad directamente a la red de distribución.
El
primer problema al que se enfrentan las energías renovables es
debido a la desigual distribución espacial del sol y el viento. A
pesar de que ambos existen en todo el planeta (eso es innegable) no
son aprovechables de la misma manera. Así, a nadie se le ocurriría
sugerir que países como Finlandia, Alemania o Gran Bretaña
obtuviesen del sol el grueso de su gasto energético. En cuanto al
viento, que en principio sí podría estar mejor repartido, la
cantidad de generadores que se necesitan para abastecer un país hace
que, ya hoy en día, se asuma que sólo los parques eólicos marinos
vayan a poder ser utilizados de forma intensiva.
Así,
podríamos contar en un futuro con grandes parques generadores de
energía solar en países con muchas horas de sol al año (países
desérticos, como Argelia, Mali, Arabia Saudí, Australia…) y
parques de generación eólica en países con gran extensión costera
(en general todos los países costeros). Esta distinción entre
centros de generación y de consumo es la que produce el primer
problema. La creación de electricidad debe realizarse lo más cerca
posible de los centros de consumo; si no, el transporte se vuelve tan
caro e ineficiente que no resulta rentable su utilización. En el
ejemplo anterior, no tiene ningún sentido generar la electricidad en
Mali para consumirla en Polonia. Simplemente, no llegaría.
El
segundo problema es debido a la desigual distribución temporal del
sol y el viento. Es evidente que una central solar sólo produce
electricidad cuando hay sol, y una eólica, cuando hay viento. Pero
la electricidad se necesita cuando se necesita, no sólo cuando hay
sol y viento. Además, se da la circunstancia de que, al menos en
España, los picos de consumo de electricidad se producen en esos
anticiclónicos días de verano y de invierno, cuando no se mueve una
brizna de aire, y, en cualquier caso, por la noche, cuando,
evidentemente, no hay sol. Así, la norma es que, por cada megavatio
renovable instalado hay que instalar un megavatio no renovable
(habitualmente se hace con centrales de gas de ciclo combinado) que
está en espera por si acaso hace falta suplementar la producción
renovable. Así, encarecemos todavía más el precio de la energía.
Al
final, ambos problemas son sólo uno: la electricidad no se puede
almacenar (al menos, no en las cantidades necesarias para su uso
masivo). Todo pasa por encontrar una forma en la que poder almacenar
esta energía, que sea, además, fácilmente transportable.
Y esa
forma, evidentemente, existe. Si no se utiliza ya es, supongo, por
problemas exclusivamente técnicos, porque, evidentemente, no va a
ser todo el mundo más tonto y más ignorante que yo. Esa forma es,
cómo no, el hidrógeno.
Utilizar
el hidrógeno como fuente de almacenamiento de energía permitiría
prescindir del petróleo como combustible en los vehículos a motor.
En todos. Además, su tremenda capacidad calorífica lo haría muy
rentable a la hora de utilizarlo para producir electricidad en
centrales térmicas. Los riesgos para su transporte no creo que sean
mucho más elevados que los del gas natural, y su posibilidad de
almacenamiento está fuera de toda duda.
¿Cuál
es, entonces, el inconveniente a la hora de comenzar a producirlo de
forma masiva? No soy un experto, pero sólo puedo asumir que es el
rendimiento de producción. Si con la electricidad generada cubriendo
el desierto del Sahara con paneles solares sólo obtenemos hidrógeno
para mover los coches de Italia, es evidente que el sistema no sirve.
Hay que buscar otra forma de generar el hidrógeno.
Personalmente,
creo que el futuro estará en algún tipo de fotolisis ayudada por un
catalizador, de forma similar a como lo hacen las plantas. La
electrolisis utilizada hoy en día, aparte de poco eficiente, utiliza
reactivos muy tóxicos y peligrosos.
Si
esto llega a hacerse realidad algún día, podremos ver a países,
actualmente pobres, convertidos en grandes exportadores de energía,
una energía mucho más barata que permitirá una nueva etapa de
crecimiento y prosperidad global. Pero para que ese día llegue, hay
que dejar trabajar a quien realmente sabe, y no permitir a un
político que decida quién, cuándo y de qué manera debe producir
la energía.
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