jueves, 23 de agosto de 2012

¿Qué hacemos con las renovables?

La obsesión por encontrar una fuente de energía alternativa a los combustibles fósiles es una constante en casi todo el mundo desde los años setenta; en un primer momento, por la creencia maltusiana en el agotamiento inminente de este tipo de recursos, y posteriormente por la fe casi religiosa en el apocalipsis climático que nos espera si no dejamos de utilizar estos combustibles.

Existe, desde entonces, un consenso casi total en la idea de que debemos comenzar a priorizar el uso de energías que no dependan de recursos limitados, que no vayan a dejarnos tirados en un momento determinado: las llamadas energías renovables. Sin embargo, esta obsesión y este consenso no están consiguiendo que, cuarenta años después de la primera crisis del petróleo, la producción de estas energías renovables estén haciéndonos más independientes de los combustibles fósiles. ¿Por qué?

En primer lugar, me gustaría apuntar que sólo considero aquí como energías renovables la solar (fotovoltaica y termosolar) y la eólica. La energía geotérmica estaría muy restringida a lugares con actividad volcánica, la hidráulica necesita de unas infraestructuras que hoy en día ya se encuentran muy cuestionadas y la biomasa necesitaría que toda la superficie de la tierra se dedicase a ella como para poder resultar una alternativa.

En mi opinión, las energías renovables, tal y como están concebidas hoy en día, tienen, entre otros muchos, dos problemas principales, ambos derivados del uso que se está dando a estas energías: generación de electricidad directamente a la red de distribución.

El primer problema al que se enfrentan las energías renovables es debido a la desigual distribución espacial del sol y el viento. A pesar de que ambos existen en todo el planeta (eso es innegable) no son aprovechables de la misma manera. Así, a nadie se le ocurriría sugerir que países como Finlandia, Alemania o Gran Bretaña obtuviesen del sol el grueso de su gasto energético. En cuanto al viento, que en principio sí podría estar mejor repartido, la cantidad de generadores que se necesitan para abastecer un país hace que, ya hoy en día, se asuma que sólo los parques eólicos marinos vayan a poder ser utilizados de forma intensiva.

Así, podríamos contar en un futuro con grandes parques generadores de energía solar en países con muchas horas de sol al año (países desérticos, como Argelia, Mali, Arabia Saudí, Australia…) y parques de generación eólica en países con gran extensión costera (en general todos los países costeros). Esta distinción entre centros de generación y de consumo es la que produce el primer problema. La creación de electricidad debe realizarse lo más cerca posible de los centros de consumo; si no, el transporte se vuelve tan caro e ineficiente que no resulta rentable su utilización. En el ejemplo anterior, no tiene ningún sentido generar la electricidad en Mali para consumirla en Polonia. Simplemente, no llegaría.

El segundo problema es debido a la desigual distribución temporal del sol y el viento. Es evidente que una central solar sólo produce electricidad cuando hay sol, y una eólica, cuando hay viento. Pero la electricidad se necesita cuando se necesita, no sólo cuando hay sol y viento. Además, se da la circunstancia de que, al menos en España, los picos de consumo de electricidad se producen en esos anticiclónicos días de verano y de invierno, cuando no se mueve una brizna de aire, y, en cualquier caso, por la noche, cuando, evidentemente, no hay sol. Así, la norma es que, por cada megavatio renovable instalado hay que instalar un megavatio no renovable (habitualmente se hace con centrales de gas de ciclo combinado) que está en espera por si acaso hace falta suplementar la producción renovable. Así, encarecemos todavía más el precio de la energía.

Al final, ambos problemas son sólo uno: la electricidad no se puede almacenar (al menos, no en las cantidades necesarias para su uso masivo). Todo pasa por encontrar una forma en la que poder almacenar esta energía, que sea, además, fácilmente transportable.

Y esa forma, evidentemente, existe. Si no se utiliza ya es, supongo, por problemas exclusivamente técnicos, porque, evidentemente, no va a ser todo el mundo más tonto y más ignorante que yo. Esa forma es, cómo no, el hidrógeno.

Utilizar el hidrógeno como fuente de almacenamiento de energía permitiría prescindir del petróleo como combustible en los vehículos a motor. En todos. Además, su tremenda capacidad calorífica lo haría muy rentable a la hora de utilizarlo para producir electricidad en centrales térmicas. Los riesgos para su transporte no creo que sean mucho más elevados que los del gas natural, y su posibilidad de almacenamiento está fuera de toda duda.

¿Cuál es, entonces, el inconveniente a la hora de comenzar a producirlo de forma masiva? No soy un experto, pero sólo puedo asumir que es el rendimiento de producción. Si con la electricidad generada cubriendo el desierto del Sahara con paneles solares sólo obtenemos hidrógeno para mover los coches de Italia, es evidente que el sistema no sirve. Hay que buscar otra forma de generar el hidrógeno.

Personalmente, creo que el futuro estará en algún tipo de fotolisis ayudada por un catalizador, de forma similar a como lo hacen las plantas. La electrolisis utilizada hoy en día, aparte de poco eficiente, utiliza reactivos muy tóxicos y peligrosos.

Si esto llega a hacerse realidad algún día, podremos ver a países, actualmente pobres, convertidos en grandes exportadores de energía, una energía mucho más barata que permitirá una nueva etapa de crecimiento y prosperidad global. Pero para que ese día llegue, hay que dejar trabajar a quien realmente sabe, y no permitir a un político que decida quién, cuándo y de qué manera debe producir la energía.

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