A nadie puede pasar desapercibida la tendencia reciente a la utilización de símbolos que parecían relegados, o incluso definitivamente desechados. Me refiero a símbolos en pricipio tan inocuos como la bandera española y el himno, y a otros más conflictivos, como el escudo anticonstitucional, franquista o, directamente el pollo o la gallina, que de todas esas formas es conocido.
La bandera española había sido olvidada, relegada a las fachadas de algunos edificios oficiales, quizás como pago o tributo a los partidos nacionalistas, que tanta alergia tienen a la enseña rojigualda. En su lugar florecieron multitud de banderas autonómicas, algunas con tanta historia como la aragonesa o la navarra, y otras tan estúpidas e innecesarias como la madrileña.
El himno parecía reservado para actos castrenses y deportivos, y eso cuando no nos lo cambiaban por el himno de Riego, tocado por un horroroso cornetín en una pista de tenis australiana. Supongo que la ausencia de una letra para las notas del maestro Pérez Casas nos hacía bajar la vista con vergüenza, esperando que, por esta vez, pusiesen la versión corta, o, como mucho, si el ambiente era lo suficientemente festivo, lo acompañásemos del popular lo, lo, lo, lo...
Pero el proceso de desmembración de España parece que ha empujado a mucha gente en la dirección contraria. Reclaman lo que es suyo, y así, comienzan a lucirse sin pudor banderas de España por doquier: en los coches, en los hombros, en las muñecas, en las manifestaciones... Nos llamaron fascistas por lucir nuestra bandera, y, lejos de ceder al chantaje y callar, como hasta hace bien poco, buscamos la respuesta: ¿Por qué soy un fascista por usar la bandera de mi país?
Y una vez roto el primer tabú, hubo quienes decidimos que nos gustaba el escudo con el águila de San Juan (Joder, ya me he metido de nuevo en el blog de un puto facha) y nos llamaron otra vez fascistas. Y volvimos a preguntar: ¿Por qué soy un fascista por usar el escudo con el águila? Y esta vez ya no sirvió el argumento de que ese escudo era preconstitucional o anticonstitucional, porque descubrimos que la constitución no regula el escudo. Y descubrimos que no es el escudo de Franco, ya que se usó antes, durante y después del régimen de Franco, ya que el actual se aprobó en 1981. Y comprobamos que su uso ni siquiera es ilegal, ya que la ley sólo regula su uso en instancias oficiales.
Pero antes vivíamos estupendamente con el escudo real, ¿Por qué tanta gente hemos decidido de repente que nos gusta más el escudo antiguo? Y me viene a la cabeza la profunda urticaria que le produce a la progresía todo aquello que recuerde a Franco, y pienso: ¿será sólo por meterle el dedo en el ojo a Zapatero y darle un golpe virtual con la bandera de Franco?
O a lo mejor es que siete años intentando convencernos de que somos la extrema derecha han dado sus frutos, y nos lo hemos acabado creyendo. Por lo tanto, habrá que comenzar a comportarse como tal, empezando por utilizar la bandera de Franco. Que es la actual.
La que no es actual, ni legal, ni constitucional, desde luego, es la funesta tricolor.
La bandera española había sido olvidada, relegada a las fachadas de algunos edificios oficiales, quizás como pago o tributo a los partidos nacionalistas, que tanta alergia tienen a la enseña rojigualda. En su lugar florecieron multitud de banderas autonómicas, algunas con tanta historia como la aragonesa o la navarra, y otras tan estúpidas e innecesarias como la madrileña.
El himno parecía reservado para actos castrenses y deportivos, y eso cuando no nos lo cambiaban por el himno de Riego, tocado por un horroroso cornetín en una pista de tenis australiana. Supongo que la ausencia de una letra para las notas del maestro Pérez Casas nos hacía bajar la vista con vergüenza, esperando que, por esta vez, pusiesen la versión corta, o, como mucho, si el ambiente era lo suficientemente festivo, lo acompañásemos del popular lo, lo, lo, lo...
Pero el proceso de desmembración de España parece que ha empujado a mucha gente en la dirección contraria. Reclaman lo que es suyo, y así, comienzan a lucirse sin pudor banderas de España por doquier: en los coches, en los hombros, en las muñecas, en las manifestaciones... Nos llamaron fascistas por lucir nuestra bandera, y, lejos de ceder al chantaje y callar, como hasta hace bien poco, buscamos la respuesta: ¿Por qué soy un fascista por usar la bandera de mi país?
Y una vez roto el primer tabú, hubo quienes decidimos que nos gustaba el escudo con el águila de San Juan (Joder, ya me he metido de nuevo en el blog de un puto facha) y nos llamaron otra vez fascistas. Y volvimos a preguntar: ¿Por qué soy un fascista por usar el escudo con el águila? Y esta vez ya no sirvió el argumento de que ese escudo era preconstitucional o anticonstitucional, porque descubrimos que la constitución no regula el escudo. Y descubrimos que no es el escudo de Franco, ya que se usó antes, durante y después del régimen de Franco, ya que el actual se aprobó en 1981. Y comprobamos que su uso ni siquiera es ilegal, ya que la ley sólo regula su uso en instancias oficiales.
Pero antes vivíamos estupendamente con el escudo real, ¿Por qué tanta gente hemos decidido de repente que nos gusta más el escudo antiguo? Y me viene a la cabeza la profunda urticaria que le produce a la progresía todo aquello que recuerde a Franco, y pienso: ¿será sólo por meterle el dedo en el ojo a Zapatero y darle un golpe virtual con la bandera de Franco?
O a lo mejor es que siete años intentando convencernos de que somos la extrema derecha han dado sus frutos, y nos lo hemos acabado creyendo. Por lo tanto, habrá que comenzar a comportarse como tal, empezando por utilizar la bandera de Franco. Que es la actual.
La que no es actual, ni legal, ni constitucional, desde luego, es la funesta tricolor.
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