A nadie se le debe escapar que la forma de hacer la guerra ha cambiado, quizá definitivamente. La manera tradicional, en que dos ejércitos se enfrentaban en un campo de batalla elegido previamente, lejos de la población civil, ha dado paso a una especie de carnicería en la que no hay diferencia alguna entre civiles y combatientes, y en la que, consecuentemente, la propia batalla se libra en medio de la población civil.
El concepto moderno de guerra fue magistralmente interpretado por las guerrillas comunistas de Vietnam del Norte, primer caso en la historia en la que no había diferencia alguna entre la población campesina y el Vietcong. El ejército americano, mucho mejor pertrechado y entrenado, cayó en la trampa, víctima del legalismo de la Convención de Ginebra, incapaz de decidir si la población de la aldea que acababa de ocupar eran campesinos aterrorizados por la dictadura comunista o guerrilleros dispuestos a inmolarse haciendo explotar una granada oculta.
El ejemplo de la guerrilla norvietnamita cundió rápidamente entre los grupos guerrilleros/terroristas, sobre todo, cuando, tras la caída de la URSS, se vieron sin el apoyo económico y militar del que habían disfrutado hasta los años 80. Evidentemente, las "milicias" palestinas no iban a ser ajenas a esta transformación, sobre todo después de la larga experiencia que acumulaban como grupos terroristas, en la que el daño a la población civil no era un efecto colateral de su lucha, sino el objetivo último de ésta.
Al Fatah, primero, y Hamas, después, han elegido no enfrentarse directamente con el ejército israelí: saben que no tienen fuerza suficiente, no ya para vencerlo, sino simplemente para soportar sus embestidas. Es por eso que han elegido el terrorismo como forma de enfrentarse a él; han desencadenado una lucha de civiles contra civiles con el ánimo de provocar al ejército y desencadenar una carnicería. Arman a sus mujeres con cinturones de explosivos y las mandan a los mercados de Jerusalén, donde matan a israelíes y palestinos, a militares y a civiles, a clérigos y laicos... Luego Israel cierra sus fronteras para evitar la entrada indiscriminada de suicidas y es vituperado por medio mundo por bloquear a los territorios palestinos. Lanzan cohetes desde las escuelas y hospitales de la franja de Gaza contra campamentos de civiles, esos mismos civiles que, voluntariamente abandonaron Gaza para entregársela a un grupo terrorista que ahora utiliza a las mujeres y los niños como escudos humanos... Luego Israel ataca los emplazamientos de lanzamiento de misiles y es insultado por el mundo entero por atacar objetivos civiles.
Todo aquel que arguye que los métodos de Israel son desproporcionados debería explicar por qué entiende la guerra como un acto de pura venganza. Debería explicar si, a su entender, Israel tendría que limitarse a lanzar cohetes sobre la población civil palestina, ya que eso es exactamente lo que hacen los terroristas de Hamas. Debería explicar si, según su preclara inteligencia, Israel debe renunciar a defender a su población porque así ocasiona víctimas entre la población palestina. Debería explicar, en fin, dónde se encuentra el límite de la proporcionalidad, para así saber hasta dónde debe aguantar un estado el asaeteamiento indiscriminado de su población civil antes de intentar detener los ataques.
En Israel viven alrededor de un millón y medio de palestinos, sobre una población total de algo más de siete millones de personas. Estos palestinos disfrutan de derecho a voto, educación, sanidad, vivienda, trabajo... y seguridad, siempre que no se crucen con un "compatriota" dispuesto a liberarlos de su esclavitud. Cuando, hace unos años, Israel se retiró de los territorios de Gaza y Cisjordania, dejaba unos pocos miles de colonos, en asentamientos dentro del nuevo territorio palestino. Los acuerdos de paz impusieron la expulsión inmediata de estos colonos al territorio israelí, obligándoles a abandonar sus hogares porque la Autoridad Palestina no estaba dispuesta a tolerar a judíos viviendo entre ellos. Bonita reciprocidad. Pues bien: estos colonos que se vieron obligados a abandonarlo todo, son los que ahora deben soportar estoicamente la lluvia de misiles sobre sus nuevos hogares prefabricados, sin ser, de ninguna manera, un objetivo militar, ya que, todavía, el ejército israelí entiende la guerra a la vieja usanza y no utiliza a su población civil ni como combatientes ni como escudos.
Cuando, durante el desembarco de Normandía, los defensores alemanes ametrallaban desde sus búnkers a las tropas aliadas, éstos replicaban con fuego de artillería, lanzallamas y bombas de mano. Alguna vez, estos progres de pacotilla nos tendrían que explicar si fue también una respuesta desproporcionada.
El concepto moderno de guerra fue magistralmente interpretado por las guerrillas comunistas de Vietnam del Norte, primer caso en la historia en la que no había diferencia alguna entre la población campesina y el Vietcong. El ejército americano, mucho mejor pertrechado y entrenado, cayó en la trampa, víctima del legalismo de la Convención de Ginebra, incapaz de decidir si la población de la aldea que acababa de ocupar eran campesinos aterrorizados por la dictadura comunista o guerrilleros dispuestos a inmolarse haciendo explotar una granada oculta.
El ejemplo de la guerrilla norvietnamita cundió rápidamente entre los grupos guerrilleros/terroristas, sobre todo, cuando, tras la caída de la URSS, se vieron sin el apoyo económico y militar del que habían disfrutado hasta los años 80. Evidentemente, las "milicias" palestinas no iban a ser ajenas a esta transformación, sobre todo después de la larga experiencia que acumulaban como grupos terroristas, en la que el daño a la población civil no era un efecto colateral de su lucha, sino el objetivo último de ésta.
Al Fatah, primero, y Hamas, después, han elegido no enfrentarse directamente con el ejército israelí: saben que no tienen fuerza suficiente, no ya para vencerlo, sino simplemente para soportar sus embestidas. Es por eso que han elegido el terrorismo como forma de enfrentarse a él; han desencadenado una lucha de civiles contra civiles con el ánimo de provocar al ejército y desencadenar una carnicería. Arman a sus mujeres con cinturones de explosivos y las mandan a los mercados de Jerusalén, donde matan a israelíes y palestinos, a militares y a civiles, a clérigos y laicos... Luego Israel cierra sus fronteras para evitar la entrada indiscriminada de suicidas y es vituperado por medio mundo por bloquear a los territorios palestinos. Lanzan cohetes desde las escuelas y hospitales de la franja de Gaza contra campamentos de civiles, esos mismos civiles que, voluntariamente abandonaron Gaza para entregársela a un grupo terrorista que ahora utiliza a las mujeres y los niños como escudos humanos... Luego Israel ataca los emplazamientos de lanzamiento de misiles y es insultado por el mundo entero por atacar objetivos civiles.
Todo aquel que arguye que los métodos de Israel son desproporcionados debería explicar por qué entiende la guerra como un acto de pura venganza. Debería explicar si, a su entender, Israel tendría que limitarse a lanzar cohetes sobre la población civil palestina, ya que eso es exactamente lo que hacen los terroristas de Hamas. Debería explicar si, según su preclara inteligencia, Israel debe renunciar a defender a su población porque así ocasiona víctimas entre la población palestina. Debería explicar, en fin, dónde se encuentra el límite de la proporcionalidad, para así saber hasta dónde debe aguantar un estado el asaeteamiento indiscriminado de su población civil antes de intentar detener los ataques.
En Israel viven alrededor de un millón y medio de palestinos, sobre una población total de algo más de siete millones de personas. Estos palestinos disfrutan de derecho a voto, educación, sanidad, vivienda, trabajo... y seguridad, siempre que no se crucen con un "compatriota" dispuesto a liberarlos de su esclavitud. Cuando, hace unos años, Israel se retiró de los territorios de Gaza y Cisjordania, dejaba unos pocos miles de colonos, en asentamientos dentro del nuevo territorio palestino. Los acuerdos de paz impusieron la expulsión inmediata de estos colonos al territorio israelí, obligándoles a abandonar sus hogares porque la Autoridad Palestina no estaba dispuesta a tolerar a judíos viviendo entre ellos. Bonita reciprocidad. Pues bien: estos colonos que se vieron obligados a abandonarlo todo, son los que ahora deben soportar estoicamente la lluvia de misiles sobre sus nuevos hogares prefabricados, sin ser, de ninguna manera, un objetivo militar, ya que, todavía, el ejército israelí entiende la guerra a la vieja usanza y no utiliza a su población civil ni como combatientes ni como escudos.
Cuando, durante el desembarco de Normandía, los defensores alemanes ametrallaban desde sus búnkers a las tropas aliadas, éstos replicaban con fuego de artillería, lanzallamas y bombas de mano. Alguna vez, estos progres de pacotilla nos tendrían que explicar si fue también una respuesta desproporcionada.
1 comentario:
Validar un modelo u otro de guerra creo que es una atrocidad, tan grande como la gurra misma.
Lo peor de todo en un conflicto como este es que se presta a varias interprtaciones y desde la lejania y la torpeza que nos adorna a la mayoria no alcanzamos a entender y lo peor y más atroz de todo es que no nos preocupa.
En este nivel si esta preocupado paquirrin que la dichosa guerra le resta cuota de pantalla, temazo este que si nos quita el sueño, asi nos luce el pelo y asi vamos.
Un saludo
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