¿...o no?
Desde luego, si atendemos a la cantidad de tiempo y espacio dedicado en los medios de comunicación, y a la cantidad de dinero (público y privado) que se gasta en acciones supuestamente conservacionistas, deberemos llegar a la conclusión de que somos una especie de cáncer para nuestro planeta (un virus, si tenemos que hacer caso a las opiniones de Smith en la película The Matrix).
Sin embargo, el mundo ha pasado por, al menos, seis episodios de extinción masiva, en los que desaparecieron entre el 20 y el 90% de las especies; todas ellas han sucedido por fenómenos naturales, y de todas ellas la vida, no sólo se ha recuperado, sino que ha salido fortalecida.
Evidentemente, no es la opinión de un científico a tener en cuenta, pero decía Ian Malcom en Parque Jurásico que "la vida es tenaz". Una vez que ha echado sus raíces es casi imposible acabar con ella. Pero, sin embargo, llevamos casi un siglo intentando convencernos de que la próxima extinción masiva será producida por el hombre, y de que esta vez será definitiva.
Sobrepesca, deforestación, agotamiento de los recursos, contaminación, invierno nuclear y, más recientemente, calentamiento global han sido los argumentos que hemos venido utilizando para convencernos de que la Tierra no está segura en nuestras manos. ¿A qué se debe esta fijación destructiva? ¿Por qué nos torturamos con una posibilidad que evidentemente no va a llegar a suceder?
Recientemente recordé haber visto en televisión una serie divulgativa de la BBC, en la que una serie de científicos de distintas áreas imaginaban cómo sería la vida en la tierra dentro de algunos millones de años. Sin presencia humana, con unos continentes que chocan y se resquebrajan y con los cambios climáticos que eso traería consigo hicieron el ejercicio de razonar por qué caminos discurriría la vida al cabo de 5, 50 y 250 millones de años, qué nuevas especies poblarían la tierra, y qué adaptaciones les habrían llevado a ello.
Yo, personalmente, disfruté mucho con esa serie, por lo que me sorprendió la inesperada contestación que tuvo en Inglaterra, no sólo entre los periodistas y la gente común, sino también entre los científicos. La objeción fundamental era que no podían asegurar que esas fuesen las formas de vida que poblasen la tierra, pero me pareció demasiado pueril para tomarla en consideración: claro que no lo podían asegurar; por eso el documental era sólo un ejercicio que establecía alguna posibilidad. En ningún momento se aseguraba que ese fuera a ser el futuro.
Pero argumentaron, además, que lo que invalidaba completamente las deducciones del documental era dar por supuesto que el hombre iba a extinguirse. Para ellos no era creíble que la especie más evolucionada, más adaptable y más capaz de modificar el ambiente en su provecho pudiese desaparecer. Y entonces me quedó todo claro.
Desde la aparición de las armas de destrucción masiva (es decir, desde la aparición de la ametralladora), el hombre ha vivido con la certeza de que es capaz de aniquilarse como especie. Las dos grandes guerras mundiales, y la aparición de las armas nucleares no han hecho sino asegurar esa convicción. Pero entonces, surge la pregunta: ¿y después?
Y no podemos contestarnos. No estamos preparados para imaginar un mundo sin humanidad. Un mundo que vuelva a colonizar todo lo que ha perdido a manos de la civilización. A todo lo que llegamos es a imaginar un mundo en el que el hombre haya quedado reducido a un estado de animalidad que lo someta a la esclavitud por parte de otra especie superior. Pero un mundo sin hombres... no; no estamos preparados para ello.
Por eso asumimos que vamos a morir matando. Si el hombre desaparece, todo desaparecerá con él. Somos el culmen de la evolución, la perfección biológica, y por eso tras nosotros no puede haber nada más. Por eso nos imaginamos que tenemos capacidades que nos son ajenas; porque en realidad no podemos acabar con la vida en la tierra. No podemos llegar a las más profundas simas oceánicas, y nuestros movimientos de tierra no llegan ni a arañar la superficie de nuestro planeta. Ha habido organismos vivos que han modificado la faz de la tierra de forma que nosotros no podríamos ni intentar, pero somos tan soberbios que nos creemos que podremos acabar con ellos.
En el fondo no es más que miedo; miedo a pensar que nosotros no somos más que un accidente de la evolución, y que, hagamos lo que hagamos, la vida seguirá tras nosotros.
Desde luego, si atendemos a la cantidad de tiempo y espacio dedicado en los medios de comunicación, y a la cantidad de dinero (público y privado) que se gasta en acciones supuestamente conservacionistas, deberemos llegar a la conclusión de que somos una especie de cáncer para nuestro planeta (un virus, si tenemos que hacer caso a las opiniones de Smith en la película The Matrix).
Sin embargo, el mundo ha pasado por, al menos, seis episodios de extinción masiva, en los que desaparecieron entre el 20 y el 90% de las especies; todas ellas han sucedido por fenómenos naturales, y de todas ellas la vida, no sólo se ha recuperado, sino que ha salido fortalecida.
Evidentemente, no es la opinión de un científico a tener en cuenta, pero decía Ian Malcom en Parque Jurásico que "la vida es tenaz". Una vez que ha echado sus raíces es casi imposible acabar con ella. Pero, sin embargo, llevamos casi un siglo intentando convencernos de que la próxima extinción masiva será producida por el hombre, y de que esta vez será definitiva.
Sobrepesca, deforestación, agotamiento de los recursos, contaminación, invierno nuclear y, más recientemente, calentamiento global han sido los argumentos que hemos venido utilizando para convencernos de que la Tierra no está segura en nuestras manos. ¿A qué se debe esta fijación destructiva? ¿Por qué nos torturamos con una posibilidad que evidentemente no va a llegar a suceder?
Recientemente recordé haber visto en televisión una serie divulgativa de la BBC, en la que una serie de científicos de distintas áreas imaginaban cómo sería la vida en la tierra dentro de algunos millones de años. Sin presencia humana, con unos continentes que chocan y se resquebrajan y con los cambios climáticos que eso traería consigo hicieron el ejercicio de razonar por qué caminos discurriría la vida al cabo de 5, 50 y 250 millones de años, qué nuevas especies poblarían la tierra, y qué adaptaciones les habrían llevado a ello.
Yo, personalmente, disfruté mucho con esa serie, por lo que me sorprendió la inesperada contestación que tuvo en Inglaterra, no sólo entre los periodistas y la gente común, sino también entre los científicos. La objeción fundamental era que no podían asegurar que esas fuesen las formas de vida que poblasen la tierra, pero me pareció demasiado pueril para tomarla en consideración: claro que no lo podían asegurar; por eso el documental era sólo un ejercicio que establecía alguna posibilidad. En ningún momento se aseguraba que ese fuera a ser el futuro.
Pero argumentaron, además, que lo que invalidaba completamente las deducciones del documental era dar por supuesto que el hombre iba a extinguirse. Para ellos no era creíble que la especie más evolucionada, más adaptable y más capaz de modificar el ambiente en su provecho pudiese desaparecer. Y entonces me quedó todo claro.
Desde la aparición de las armas de destrucción masiva (es decir, desde la aparición de la ametralladora), el hombre ha vivido con la certeza de que es capaz de aniquilarse como especie. Las dos grandes guerras mundiales, y la aparición de las armas nucleares no han hecho sino asegurar esa convicción. Pero entonces, surge la pregunta: ¿y después?
Y no podemos contestarnos. No estamos preparados para imaginar un mundo sin humanidad. Un mundo que vuelva a colonizar todo lo que ha perdido a manos de la civilización. A todo lo que llegamos es a imaginar un mundo en el que el hombre haya quedado reducido a un estado de animalidad que lo someta a la esclavitud por parte de otra especie superior. Pero un mundo sin hombres... no; no estamos preparados para ello.
Por eso asumimos que vamos a morir matando. Si el hombre desaparece, todo desaparecerá con él. Somos el culmen de la evolución, la perfección biológica, y por eso tras nosotros no puede haber nada más. Por eso nos imaginamos que tenemos capacidades que nos son ajenas; porque en realidad no podemos acabar con la vida en la tierra. No podemos llegar a las más profundas simas oceánicas, y nuestros movimientos de tierra no llegan ni a arañar la superficie de nuestro planeta. Ha habido organismos vivos que han modificado la faz de la tierra de forma que nosotros no podríamos ni intentar, pero somos tan soberbios que nos creemos que podremos acabar con ellos.
En el fondo no es más que miedo; miedo a pensar que nosotros no somos más que un accidente de la evolución, y que, hagamos lo que hagamos, la vida seguirá tras nosotros.
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