miércoles, 2 de mayo de 2007

Dos de Mayo

Los graves sucesos vividos por la ciudad de Madrid estas dos últimas noches parecen haber cogido desprevenidos a muchos. Nadie parecía haber tomado en consideración los signos que se han venido repitiendo, no ya en Madrid, sino en todo el mundo, durante los últimos veinte años. No es casualidad que en todos los países occidentales, ricos, desarrollados y libres se haya gestado un movimiento que lucha precisamente, contra los orígenes de su riqueza, libertad y prosperidad. La caída del Muro de Berlín dejó al descubierto las miserias (no sólo económicas) que se escondían tras él, pero esto, lejos de condenar al comunismo a las cloacas de la Historia -de donde nunca, dicho sea de paso, debió salir- no ha hecho sino revestirlo de nuevos y elegantes ropajes y presentarlo a la sociedad como la nueva ideología que ha de salvarnos de nuestra propia libertad. El comunismo no existe, oigo decir a diario. El comunismo ha sido vencido, argumentan con vehemencia. El comunismo ha sido un experimento que se ha matado a sí mismo. En definitiva, tras la caída del muro de Berlín, el comunismo se ha hecho el muerto para infiltrar su ideología desde dentro, haciendo que asumamos puntos de vista que eran despreciados cuando la Unión Soviética era el enemigo a combatir.

Porque es comunismo la actual fiebre ecoalarmista, que intenta, igual que en los años cincuenta, destruir el tejido industrial occidental para que se cumplan, por fin, las predicciones de Carlos Marx. Es comunismo el movimiento antiglobalización, que busca que los países ricos renuncien a sus riquezas y a sus libertades para ser siervos de un puñado de dictaduras tecermundistas que no han hecho sino matar de hambre a sus ciudadanos. Es comunismo el movimiento okupa (sic) que busca destruir la propiedad privada y, por lo tanto, el que probablemente sea el principal método de ahorro a largo plazo de la población, dejándola completamente desamparada y en manos del estado en el momento en el que más necesidad tienen del fruto de su trabajo, es decir, en el momento de recibir una pensión estatal miserable, que, dicho sea de paso, no tiene visos de que vaya a durar eternamente.

Y es, finalmente, comunismo, el apoyo a todas y cada una de las dictaduras que se reparten por el mundo, desde las oficialmente declaradas como comunistas (Cuba, Corea del Sur...) hasta las que se intenta disfrazar de populismo, o incluso de democracia (Venezuela) pasando por lo que se ha dado en llamar islamofascismo, y que no es otra cosa que dictaduras islámicas que se han visto liberadas de repente de la sumisión a sus antiguos amos soviéticos (Irán, Argelia, Sáhara Español, Afganistán...) y por todos y cada uno de los grupos terroristas existentes (ETA, IRA, FARC, terrorismo islámico en general, etc.).

Pues bien. Todo ello se da la mano en los disturbios de Madrid. Estos enfrentamientos estaban preparados y perfectamente organizados, y lo triste es que su fuerza de choque estaba compuesta por centenares de jóvenes que creían sinceramente que estaban siendo aporreados por beber en la calle, mientras los luchadores por la libertad apedreaban a la policía, quemaban contenedores y coches, destrozaban comercios, asaltaban la propiedad y se hacían dueños de la calle.

Mientras tanto, algunas docenas de policías locales debían hacer frente a la rebelión con la única ayuda de sus porras, protegiéndose con su casco de motorista, el que lo tenía, y usando una caja de plástico como escudo improvisado. Sin material apropiado, porque la policía local no tiene atribuciones de antidisturbios. Cuando por fin, tras varias horas de batalla, llegaron los policías nacionales, el balance rondaba el medio centenar de heridos. No se presentaron antes porque, según la delegación del gobierno, la responsabilidad anti botellón la tiene la policía local. ¿Habrá mayor desvergüenza?

Tras la batalla, concurso de despropósitos. La delegada del Gobierno en Madrid Soledad Mestre atribuía los disturbios al consumo de alcohol, mientras que el alcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón agradecía de forma servil la ayuda de la Policía Nacional (sic). Los medios de comunicación, mientras tanto, llevan dos días haciendo especial hincapié en la brutalidad policial, ofreciendo la imagen de que el eje central de los disturbios eran policías fuera de control que agredían sin compasión a pacíficos transeúntes que pasaban por allí.

Esto recuerda demasiado a lo que ocurre cada cierto tiempo en Barcelona con el movimiento Okupa. Recuerda demasiado a lo que ocurre todos los fines de semana en casi todas las ciudades vascas. Y recuerda demasiado a los disturbios de Mayo del 68 en París.

De hecho, la tradición de enfrentarse con la policía en Malasaña los días uno y dos de Mayo no es nueva. Es un intento que hubo en los primeros años de la transición de importar el Mayo francés con quince años de retraso. Por lo visto, al alcalde socialista de entonces le parecía buena idea fomentar el enfrentamiento entre la juventud y la policía.

De aquellos polvos vinieron estos lodos.

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