Ideas extrañas, comentarios políticamente incorrectos, verdades universales rebatidas... Si eres de los que piensan en las bondades de las ayudas al tercer mundo, en la superioridad moral de la izquierda, en el peligro del cambio climático o en la necesidad de un gobierno fuerte, éste no es tu sitio. En caso contrario, te gustará. Adelante. Eres bienvenido.
Comienza a ser una noticia recurrente desde hace unos meses: grupos de adolescentes que utilizan su tiempo libre en el divertido juego de violar (y a veces asesinar) a chicas, niñas a veces, como verdaderas jaurías humanas en busca de carne.
Estas noticias, que deberían ser ya de por sí suficientemente preocupantes, adquieren un grado mayor de crueldad al conocerse las penas que, en aplicación de la ley del menor, reciben los violadores o asesinos, máxime si éstos son menores de 14 años, en cuyo caso quedan exentos de responsabilidad penal, y el crimen, por lo tanto, impune.
Se levanta entonces desde todos los rincones de España un clamor para derogar (o al menos modificar) esta infame ley del menor que deja sin castigo a verdaderos criminales por el simple hecho de ser menores de 18 años. Y desde el estamento político se pide paciencia, para no tomar en caliente decisiones apresuradas, para esperar a que se calmen los ánimos y dejar morir la indignación, hasta la siguiente víctima, hasta la siguiente familia destrozada, hasta la siguiente muerte, propiciada por una ley que protege más al agresor que al agredido.
Es ya noticia recurrente desde hace años: un hombre de cualquier edad, condición, nacionalidad o cultura, mata o intenta matar a su pareja o expareja, para después suicidarse, o intentar suicidarse, o entregarse a la policía, o nada de eso.
Y se levanta entonces desde el estamento político un clamor para detener esta sangría de vidas, este genocidio de género, esta consecuencia de siglos de dominación machista. Y se tramitan leyes por el procedimiento de urgencia, sean o no constitucionales; y se elimina de la ecuación la presunción de inocencia, y se trata al hombre como un agresor en potencia que hay que aislar antes de que cometa su crimen, porque es seguro que tarde o temprano lo cometerá.
¿Por qué en este caso no hay que dar tiempo a que se enfríen los ánimos? ¿Por qué no hay que esperar a pensar las cosas con serenidad? Para mí, la respuesta es evidente: en este caso, el crimen se ha producido dentro de la familia. Esa estructura retrógrada, patriarcal y machista que lleva siglos sojuzgando a la mujer y convirtiéndola en un mero apéndice del hombre, sometida a su control y a sus deseos.
El tratamiento informativo que se da a la “violencia de género” me recuerda en gran medida al que se someten los casos de pederastia dentro de la Iglesia Católica. Cada vez que se conoce un caso, la prioridad informativa es recalcar que ha sido un sacerdote católico; tras esto, relacionarlo con todos los casos previos (confirmados o no), para llegar a la conclusión de que la pederastia es consustancial con la Iglesia Católica, debido al celibato y a su “obsesión” con todo lo que tenga relación con el sexo.
Pero todas las semanas conocemos casos de desarticulaciones de grupos de pederastas que nada tienen que ver con la Iglesia Católica. ¿Por qué en ese caso no se hace hincapié en su oficio? ¿Qué pasaría si la gente descubriese que muchos de los pederastas más implacables son profesores de gimnasia o maestros de guardería? ¿Cómo responderían los respectivos gremios ante la sugerencia de que son estas profesiones las que generan la pederastia? ¿Podría la sociedad permitirse el lujo de que cundiese el pánico y la gente dejase de llevar a sus hijos al colegio? Evidentemente, no. Pero, ¿podría la sociedad permitirse el lujo de que cundiese el pánico y la gente dejase de llevar a sus hijos a colegios católicos? Evidentemente, sí; y para algunos, sería incluso deseable. Por ello se pone el acento en el carácter católico de los pedófilos, de la misma forma que se pone el acento en el carácter heterosexual, tradicional de las relaciones donde se dan casos de violencia doméstica, mientras se justifican, se encubren o incluso se perdonan crímenes que tienen su base precisamente en la falta de valores tradicionales inculcada desde arriba a toda una generación de chavales. Chavales que, inmersos por otra parte en una brutal cultura del sexo, no dudan en dar rienda suelta a sus más bajos instintos, amparados por el “hay que probarlo todo” nacido de la generación hippie que nos gobierna desde hace años.
En resumen, nos encontramos viviendo en una época en la que se criminaliza todo aquello que tenga que ver con la forma tradicional de entender la vida y la relación entre las personas (ejemplificada aquí en la Iglesia Católica y en la familia biparental, heterosexual tradicional) mientras que se esconden las gravísimas consecuencias que tiene sustituir estos valores por la vacuidad más absoluta, con la esperanza de que, una vez que nos encontremos lo suficientemente animalizados, no tengamos ningún problema en seguir al Gran Líder allá donde nos dirija.
¿Qué estoy un poco paranoico? Puede ser, pero es que uno ya va teniendo unos años y ha visto bastantes cosas…
Tras una pobre carrera como biólogo, heme aquí reconvertido a informático con ínfulas de político liberal. En el poco tiempo que me dejan el trabajo y mis dos niños me dedico a compartir con quien quiera leerlas las ideas que forman parte de mis conversaciones con compañeros y amigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario