Hoy pensaba publicar la tercera y última parte del análisis que venía haciendo sobre la ley electoral en España, pero creo que merece la pena dejarla para más adelante. El motivo ha sido la salida a la escena política (por fin, después de seis semanas) de don Mariano Rajoy. Seis semanas de silencios, de callar más que decir, de aplazamientos de estrategias, de nombramientos que parecían el parto de los montes...
Seis semanas en las que el PP parecía de vacaciones (¡qué cansada ha sido la campaña electoral!) mientras que el PSOE se ponía en movimiento, manteniendo a María Emilia Casas como presidenta del Tribunal Constitucional, forzando la máquina para que los recursos del juicio del 11-M se decidieran cuanto antes (habría que ser muy malpensado para imaginarse que podría ser para dar carpetazo al asunto cuanto antes), manteniendo en el gobierno a algunos de los ministros más incompetentes y sectarios de la democracia o aprobando el trasvase- que- no- es- un- trasvase para llevar el agua- del- Ebro- que- en- realidad- no- viene- del- Ebro a Barcelona.
Según pasaba el tiempo y el PP se mantenía a la espera, sin hacer una oposición real porque había que esperar a ver cómo se comportaban los nuevos ministros (¿verdad, Soraya?) una cantidad creciente de simpatizantes pensábamos que se debía únicamente a una estrategia encaminada a forzar el descontento entre las filas del partido para hacer saltar a los disidentes y ponerlos en evidencia antes del congreso de Junio. Y la primera en saltar fue, cómo no, Esperanza Aguirre.
Podríamos pensar que fue ingenua y mordió el anzuelo, pero yo prefiero argumentar que fue valiente y decidió dar el salto y poner las cartas sobre la mesa antes que asegurar su propia seguridad personal. A partir de ahí, respondió el de siempre, avisándola de que no tendría apoyos (él sí los tuvo, sin embargo, cuando se presentó Manuel Cobo a la presidencia del PP en Madrid). A partir de ese momento, se desató la lucha entre facciónes. Con Aguirre, el PP de Madrid en pleno (excepto los de siempre), Alejo Vidal-Quadras, Álvarez Cascos y mucha gente que cree que el mensaje liberal es lo que necesita la sociedad española. Por el otro lado, aparte de Gallardón y su séquito, Arenas, Camps, Valcárcel, Sirera y tantos otros que creen que su continuidad en la poltrona depende de llevarse bien con el jefe. En el medio, gente como Mayor-Oreja, que parece que todavía no se han decidido.
Y una vez definidas las posturas, el gran jefe lanza el envite: en su partido caben todos, incluida la socialdemocracia, y el que no esté a gusto, que se vaya al Partido Liberal o al Conservador. Es decir, que caben todos... excepto los liberales o los conservadores.
Se cayeron las caretas. Se destapó el engaño. Cuatro años de lucha tirados a la basura. Por fin hemos descubierto cuál va a ser la política de Mariano Rajoy y compañía para el futuro. Han triunfado las tesis de Gallardón y de Piqué; de Feijoo y de Rato; de Arriola y de Costa... Ha calado la idea de que manteniendo planteamientos propios de la derecha, el PP nunca ganará unas elecciones: debe centrarse, acercándose a las tesis socialistas. No se da cuenta de que estas últimas elecciones las ha perdido no por desplazarse demasiado a la derecha, sino quizás por ser demasiado tibio en sus planteamientos en contra de los desmanes del gobierno. Muchos nos hemos cansado de avisar de que si perpetra ese giro al centro, es posible que gane algunos votos de socialistas desengañados, pero perderá muchos de los votos naturales de la derecha. Él sabrá lo que hace.
¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué ha traicionado a sus electores y se ha echado en brazos de quien quiere destruirlo? Permitidme lanzar al aire una hipótesis: A don Mariano le han convencido de que no podrá ganar unas elecciones sin el apoyo de los medios de comunicación. Y ahora mismo, apoyo, lo que se dice apoyo, no tiene el de ninguno. Los medios que se muestran muy críticos con el Gobierno (la COPE, la Razón, Libertad Digital, a veces El Mundo y muy poquitos más) no se sienten obligados a dar un cheque en blanco al PP con tal de que no gane el PSOE; lo apoyarán siempre que sus políticas se adapten a los ideales de estos medios, ideales que, por otra parte no siempre coinciden entre ellos. Por lo tanto, el PP, haga lo que haga, nunca tendrá el apoyo unánime de un sector grande de la prensa.
Por otro lado, no es ningún secreto que el equilibrio de poder en la prensa de izquierdas se ha desplazado: tras la muerte de Polanco, el grupo Prisa ha perdido el favor del PSOE, que ha otorgado su confianza a la Mediapro de Roures, por lo que necesita ahora un aliado que la mantenga en la posición de privilegio que ha disfrutado en las últimas décadas. Ese aliado bien podría ser el PP, siempre, claro, que modifique sus políticas hacia posiciones más "socialdemócratas", por lo que no debe extrañar la flojera de piernas ideológica que le entraría a Mariano Rajoy ante la perspectiva de contar, de la noche a la mañana, con el apoyo de El País y la SER. En este sentido, no dejan de ser clarificadoras sus palabras aludiendo a que a él le han pedido presentarse los militantes, no una radio o un periódico (toma puñalada a la COPE y a El Mundo).
Pero, en ese caso, que no cuente con mi voto. He pasado en las últimas elecciones de la abstención al voto popular simplemente para parar la descomposición democrática que se está produciendo en España y para que se empiecen a aplicar, de una vez por todas políticas liberales que nos pongan a la cabeza de Europa. Si vamos a ir por los caminos de la socialdemocracia, que no cuenten conmigo: mientras siga en el PP este equipo dirigente, no lo volveré a votar. Ya que se va a seguir por el camino de la desigualdad y de la destrucción del edificio constitucional, prefiero que lo hagan los socialistas y criticarlos por ello, a que lo haga un partido al que he confiado mi voto.
Seis semanas en las que el PP parecía de vacaciones (¡qué cansada ha sido la campaña electoral!) mientras que el PSOE se ponía en movimiento, manteniendo a María Emilia Casas como presidenta del Tribunal Constitucional, forzando la máquina para que los recursos del juicio del 11-M se decidieran cuanto antes (habría que ser muy malpensado para imaginarse que podría ser para dar carpetazo al asunto cuanto antes), manteniendo en el gobierno a algunos de los ministros más incompetentes y sectarios de la democracia o aprobando el trasvase- que- no- es- un- trasvase para llevar el agua- del- Ebro- que- en- realidad- no- viene- del- Ebro a Barcelona.
Según pasaba el tiempo y el PP se mantenía a la espera, sin hacer una oposición real porque había que esperar a ver cómo se comportaban los nuevos ministros (¿verdad, Soraya?) una cantidad creciente de simpatizantes pensábamos que se debía únicamente a una estrategia encaminada a forzar el descontento entre las filas del partido para hacer saltar a los disidentes y ponerlos en evidencia antes del congreso de Junio. Y la primera en saltar fue, cómo no, Esperanza Aguirre.
Podríamos pensar que fue ingenua y mordió el anzuelo, pero yo prefiero argumentar que fue valiente y decidió dar el salto y poner las cartas sobre la mesa antes que asegurar su propia seguridad personal. A partir de ahí, respondió el de siempre, avisándola de que no tendría apoyos (él sí los tuvo, sin embargo, cuando se presentó Manuel Cobo a la presidencia del PP en Madrid). A partir de ese momento, se desató la lucha entre facciónes. Con Aguirre, el PP de Madrid en pleno (excepto los de siempre), Alejo Vidal-Quadras, Álvarez Cascos y mucha gente que cree que el mensaje liberal es lo que necesita la sociedad española. Por el otro lado, aparte de Gallardón y su séquito, Arenas, Camps, Valcárcel, Sirera y tantos otros que creen que su continuidad en la poltrona depende de llevarse bien con el jefe. En el medio, gente como Mayor-Oreja, que parece que todavía no se han decidido.
Y una vez definidas las posturas, el gran jefe lanza el envite: en su partido caben todos, incluida la socialdemocracia, y el que no esté a gusto, que se vaya al Partido Liberal o al Conservador. Es decir, que caben todos... excepto los liberales o los conservadores.
Se cayeron las caretas. Se destapó el engaño. Cuatro años de lucha tirados a la basura. Por fin hemos descubierto cuál va a ser la política de Mariano Rajoy y compañía para el futuro. Han triunfado las tesis de Gallardón y de Piqué; de Feijoo y de Rato; de Arriola y de Costa... Ha calado la idea de que manteniendo planteamientos propios de la derecha, el PP nunca ganará unas elecciones: debe centrarse, acercándose a las tesis socialistas. No se da cuenta de que estas últimas elecciones las ha perdido no por desplazarse demasiado a la derecha, sino quizás por ser demasiado tibio en sus planteamientos en contra de los desmanes del gobierno. Muchos nos hemos cansado de avisar de que si perpetra ese giro al centro, es posible que gane algunos votos de socialistas desengañados, pero perderá muchos de los votos naturales de la derecha. Él sabrá lo que hace.
¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué ha traicionado a sus electores y se ha echado en brazos de quien quiere destruirlo? Permitidme lanzar al aire una hipótesis: A don Mariano le han convencido de que no podrá ganar unas elecciones sin el apoyo de los medios de comunicación. Y ahora mismo, apoyo, lo que se dice apoyo, no tiene el de ninguno. Los medios que se muestran muy críticos con el Gobierno (la COPE, la Razón, Libertad Digital, a veces El Mundo y muy poquitos más) no se sienten obligados a dar un cheque en blanco al PP con tal de que no gane el PSOE; lo apoyarán siempre que sus políticas se adapten a los ideales de estos medios, ideales que, por otra parte no siempre coinciden entre ellos. Por lo tanto, el PP, haga lo que haga, nunca tendrá el apoyo unánime de un sector grande de la prensa.
Por otro lado, no es ningún secreto que el equilibrio de poder en la prensa de izquierdas se ha desplazado: tras la muerte de Polanco, el grupo Prisa ha perdido el favor del PSOE, que ha otorgado su confianza a la Mediapro de Roures, por lo que necesita ahora un aliado que la mantenga en la posición de privilegio que ha disfrutado en las últimas décadas. Ese aliado bien podría ser el PP, siempre, claro, que modifique sus políticas hacia posiciones más "socialdemócratas", por lo que no debe extrañar la flojera de piernas ideológica que le entraría a Mariano Rajoy ante la perspectiva de contar, de la noche a la mañana, con el apoyo de El País y la SER. En este sentido, no dejan de ser clarificadoras sus palabras aludiendo a que a él le han pedido presentarse los militantes, no una radio o un periódico (toma puñalada a la COPE y a El Mundo).
Pero, en ese caso, que no cuente con mi voto. He pasado en las últimas elecciones de la abstención al voto popular simplemente para parar la descomposición democrática que se está produciendo en España y para que se empiecen a aplicar, de una vez por todas políticas liberales que nos pongan a la cabeza de Europa. Si vamos a ir por los caminos de la socialdemocracia, que no cuenten conmigo: mientras siga en el PP este equipo dirigente, no lo volveré a votar. Ya que se va a seguir por el camino de la desigualdad y de la destrucción del edificio constitucional, prefiero que lo hagan los socialistas y criticarlos por ello, a que lo haga un partido al que he confiado mi voto.