Han pasado ya quince días desde que escribí mi última entrada en el blog. Los motivos han sido varios, y no vienen al caso, pero esperaba con impaciencia el momento en que pudiese retomarlo, para dejar por escrito un pensamiento que me llevaba varias semanas rondando la cabeza.
Es posible que para muchos no sea nada nuevo, pero yo, hace unos días, comprendí la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha. Ya, pueden parar las carcajadas, porque ya sé que muchos tienen una idea clara de esa diferencia. Incluso la hija de Zapatero, que opina que la derecha se preocupa de los ricos, y la izquierda de los pobres. Esa es una idea simplista, muy a tono con el resto de las ideas de nuestro infausto presidente por accidente.
No; la diferencia es más profunda, y no tiene que ver con buscar los beneficios sociales del trabajador. Sólo hay que ver cómo han quedado los trabajadores en los países donde ha gobernado la izquierda. No tiene que ver tampoco con la democracia, ya que abundan los casos de izquierdas no democráticas y de derechas democráticas. Tampoco tiene que ver, como creía yo hasta hace bien poco, con que la izquierda niega la propiedad privada, de manera más o menos solapada, mientras que para la derecha (con algunas excepciones) es sagrada. Todas estas diferencias son secundarias, y se entremezclan entre las dos ideologías. Según mi punto de vista, la diferencia entre la izquierda y a derecha se encuentra en la riqueza y su generación.
La izquierda niega sistemáticamente la generación de la riqueza. Es decir, la riqueza en el mundo se mantiene constante y sólo se puede repartir. Por ello, para que una persona se enriquezca, otra debe empobrecerse en la misma medida, y, por extensión, para que un país se enriquezca, otro debe empobrecerse. De este pensamiento se deriva el objetivo fundamental de la izquierda: una distribución más justa de la riqueza. O, dicho en román paladino: quitarle al que más tiene para dárselo al que tiene menos. O, dicho en el lenguaje de la calle: robar.
Robar porque esta "redistribución" nunca tiene en cuenta cómo el rico ha conseguido su riqueza. Nunca se plantean que ha podido obtenerla trabajando duro. Existe el convencimiento de que toda gran fortuna es ilegítima por definición, y de que existe la obligación, moral o incluso legal, de poner esos bienes al servicio de la sociedad. En los regímenes democráticos, esto se consigue a base de impuestos sobre la renta y el patrimonio, y en los menos democráticos, mediante la expropiación. La diferencia es únicamente de escala, porque los métodos y los fines son idénticos.
Tenemos un ejemplo muy claro en la Comunidad de Madrid. Aquí tenemos un grave problema de escasez de vivienda, que, gracias a Dios, se va solucionando. Estamos en vísperas de elecciones y los dos candidatos principales hacen públicas sus propuestas.
Esperanza Aguirre pretende seguir con su plan de cesión de suelo público para construir viviendas asequibles, con facilidades a la empresas constructoras para que consigan amoldar la oferta a la creciente demanda. Desde su partido, además, se propone la liberalización del suelo para que su escasez artificial no encarezca innecesariamente las viviendas. En otras palabras, poner el dinero a trabajar para, al mismo tiempo que se soluciona una necesidad ciudadana, las empresas creen puestos de trabajo, aumenten su valor en bolsa y den beneficios a todos los ahorradores que han invertido su dinero en las acciones de estas empresas, al tiempo que se da a la gente un medio de ahorro a muy largo plazo, con una revalorización segura, que se convertirá en un activo muy importante en el momento de la jubilación, cuando seguramente el estado del bienestar haya naufragado. En otras palabras, crear riqueza.
Rafael Simancas, sin embargo, tiene ya concluido un proyecto de ley por el cual cualquier ciudadano va a poder reclamar en los juzgados una vivienda. ¿Se la va a construir la Comunidad de Madrid? No. Su proyecto de ley permitirá expropiar viviendas vacías para entregarlas a quien las necesite. Además, penalizará la propiedad, favoreciendo el alquiler, como ya hace el gobierno socialista de la Nación, que desde su Ministerio de la Vivienda criminaliza la propiedad e intenta hacernos comulgar con las ruedas de molino de las ventajas del alquiler.
El problema es que una política que niegue la creación de la riqueza y el crecimiento económico tiene exactamente esos resultados: la destrucción de la riqueza y el estancamiento económico. Porque no se le puede pedir a un empresario que invierta en la generación de empleo y en la creación de riqueza cuando tiene sobre sí la espada de Damocles de la expropiación, o, en el mejor de los casos, de unos impuestos excesivos. Y no se puede pedir a un ciudadano de a pie que arriesgue su capital en la creación de una empresa rentable cuando sabe que puede sobrevivir a base de subvenciones sin aportar nada a la sociedad.
Así que, la próxima vez que oiga en los medios de comunicación noticias sobre la desigualdad en el mundo, piénsese seriamente si estaría a favor de que los ricos fuesen menos ricos para que los pobres fuesen menos pobres. Si es así, usted es de izquierdas. Luego, piense si estaría usted dispuesto a desprenderse de sus propiedades para liberar de la pobreza a sus semejantes. Si no es así, usted sería, además, un buen gobernante de izquierdas.
Luego, piense si estaría a favor de que los ricos fuesen más ricos y los pobres también fuesen más ricos. Evidentemente, sería la solución ideal, y, a diferencia de lo que pueda pensar, no es una quimera: es lo que lleva sucediendo en el mundo desde hace cincuenta años. Pero el titular en prensa es que las desigualdades han aumentado.
Es posible que para muchos no sea nada nuevo, pero yo, hace unos días, comprendí la diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha. Ya, pueden parar las carcajadas, porque ya sé que muchos tienen una idea clara de esa diferencia. Incluso la hija de Zapatero, que opina que la derecha se preocupa de los ricos, y la izquierda de los pobres. Esa es una idea simplista, muy a tono con el resto de las ideas de nuestro infausto presidente por accidente.
No; la diferencia es más profunda, y no tiene que ver con buscar los beneficios sociales del trabajador. Sólo hay que ver cómo han quedado los trabajadores en los países donde ha gobernado la izquierda. No tiene que ver tampoco con la democracia, ya que abundan los casos de izquierdas no democráticas y de derechas democráticas. Tampoco tiene que ver, como creía yo hasta hace bien poco, con que la izquierda niega la propiedad privada, de manera más o menos solapada, mientras que para la derecha (con algunas excepciones) es sagrada. Todas estas diferencias son secundarias, y se entremezclan entre las dos ideologías. Según mi punto de vista, la diferencia entre la izquierda y a derecha se encuentra en la riqueza y su generación.
La izquierda niega sistemáticamente la generación de la riqueza. Es decir, la riqueza en el mundo se mantiene constante y sólo se puede repartir. Por ello, para que una persona se enriquezca, otra debe empobrecerse en la misma medida, y, por extensión, para que un país se enriquezca, otro debe empobrecerse. De este pensamiento se deriva el objetivo fundamental de la izquierda: una distribución más justa de la riqueza. O, dicho en román paladino: quitarle al que más tiene para dárselo al que tiene menos. O, dicho en el lenguaje de la calle: robar.
Robar porque esta "redistribución" nunca tiene en cuenta cómo el rico ha conseguido su riqueza. Nunca se plantean que ha podido obtenerla trabajando duro. Existe el convencimiento de que toda gran fortuna es ilegítima por definición, y de que existe la obligación, moral o incluso legal, de poner esos bienes al servicio de la sociedad. En los regímenes democráticos, esto se consigue a base de impuestos sobre la renta y el patrimonio, y en los menos democráticos, mediante la expropiación. La diferencia es únicamente de escala, porque los métodos y los fines son idénticos.
Tenemos un ejemplo muy claro en la Comunidad de Madrid. Aquí tenemos un grave problema de escasez de vivienda, que, gracias a Dios, se va solucionando. Estamos en vísperas de elecciones y los dos candidatos principales hacen públicas sus propuestas.
Esperanza Aguirre pretende seguir con su plan de cesión de suelo público para construir viviendas asequibles, con facilidades a la empresas constructoras para que consigan amoldar la oferta a la creciente demanda. Desde su partido, además, se propone la liberalización del suelo para que su escasez artificial no encarezca innecesariamente las viviendas. En otras palabras, poner el dinero a trabajar para, al mismo tiempo que se soluciona una necesidad ciudadana, las empresas creen puestos de trabajo, aumenten su valor en bolsa y den beneficios a todos los ahorradores que han invertido su dinero en las acciones de estas empresas, al tiempo que se da a la gente un medio de ahorro a muy largo plazo, con una revalorización segura, que se convertirá en un activo muy importante en el momento de la jubilación, cuando seguramente el estado del bienestar haya naufragado. En otras palabras, crear riqueza.
Rafael Simancas, sin embargo, tiene ya concluido un proyecto de ley por el cual cualquier ciudadano va a poder reclamar en los juzgados una vivienda. ¿Se la va a construir la Comunidad de Madrid? No. Su proyecto de ley permitirá expropiar viviendas vacías para entregarlas a quien las necesite. Además, penalizará la propiedad, favoreciendo el alquiler, como ya hace el gobierno socialista de la Nación, que desde su Ministerio de la Vivienda criminaliza la propiedad e intenta hacernos comulgar con las ruedas de molino de las ventajas del alquiler.
El problema es que una política que niegue la creación de la riqueza y el crecimiento económico tiene exactamente esos resultados: la destrucción de la riqueza y el estancamiento económico. Porque no se le puede pedir a un empresario que invierta en la generación de empleo y en la creación de riqueza cuando tiene sobre sí la espada de Damocles de la expropiación, o, en el mejor de los casos, de unos impuestos excesivos. Y no se puede pedir a un ciudadano de a pie que arriesgue su capital en la creación de una empresa rentable cuando sabe que puede sobrevivir a base de subvenciones sin aportar nada a la sociedad.
Así que, la próxima vez que oiga en los medios de comunicación noticias sobre la desigualdad en el mundo, piénsese seriamente si estaría a favor de que los ricos fuesen menos ricos para que los pobres fuesen menos pobres. Si es así, usted es de izquierdas. Luego, piense si estaría usted dispuesto a desprenderse de sus propiedades para liberar de la pobreza a sus semejantes. Si no es así, usted sería, además, un buen gobernante de izquierdas.
Luego, piense si estaría a favor de que los ricos fuesen más ricos y los pobres también fuesen más ricos. Evidentemente, sería la solución ideal, y, a diferencia de lo que pueda pensar, no es una quimera: es lo que lleva sucediendo en el mundo desde hace cincuenta años. Pero el titular en prensa es que las desigualdades han aumentado.