De piedra me he quedado el otro día cuando conocí el caso de Eluana Englaro. Más de piedra teniendo en cuenta que, después de la repercusión internacional que tuvo el caso de Terry Schiavo, había creído (bendita ingenuidad) que nunca más se iba a repetir nada por el estilo.
Para el que no lo recuerde, Terry Schiavo era una estadounidense que, tras pasar más de quince años en estado vegetativo, murió después de que una controvertida sentencia judicial decretase que debía ser desconectada de las máquinas que la mantenían con vida. Pero Terry no estaba conectada a ninguna máquina. El daño cerebral que había sufrido cuando una bajada de potasio le provocó un ataque al corazón le afectó únicamente a su corteza cerebral, por lo que ninguna de sus funciones básicas fueron afectadas. Entonces, la solución aportada por los médicos y algunos de sus ¿familiares? fue eliminarle la sonda por la que le daban de comer. Al cabo de unos días, moría de inanición.
El caso de Eluana Englaro es, si cabe, todavía más sangrante. Eluana quedó en estado vegetativo irreversible el año 1992, tras sufrir un accidente de tráfico, y a diferencia de Schiavo, necesita de diversas máquinas para continuar viviendo. En una actitud que ni le honra ni todo lo contrario, Eluana había dicho tiempo atrás que, en caso de quedar en esta situación, quería que desconectasen las máquinas que la mantuviesen con vida. O, al menos, eso dicen sus familiares. Yo la entiendo. Yo querría que conmigo hiciesen lo mismo.
Pero en Italia no es legal desconectar a un enfermo en estado vegetativo de las máquinas de soporte vital. Por lo tanto, el médico que se atreviese a hacerlo se enfrentaría a un cargo por asesinato. La eterna disputa entre los partidarios del derecho a una muerte digna y los detractores de la eutanasia estaba servida. El asunto estaba en los tribunales, esperando una resolución que sentase jurisprucidencia en el sistema judicial italiano. Y la sentencia ha salido, y es lo que ha hecho que me quede de piedra. En una especie de solución salomónica, los jueces han decidido que desconectar los respiradores es técnicamente un homicidio, y como tal, está penado, pero retirarle la alimentación y la hidratación no lo es.
Es decir, que han condenado a Eluana a morir de hambre y sed, de la misma manera que lo hicieron hace unos años con Terry Schiavo, pero con el agravante de que han sentado un precedente que podrá ser utilizado de ahora en adelante. Se ha abierto la puerta para que, en los hospitales se deje de dar de comer a cualquier enfermo impedido, que son casi todos, por cierto. Un parapléjico que no pueda moverse de su cama dejará de recibir su ración diaria de comida y bebida, y al cabo de cinco días habrá saboreado las delicias de una muerte digna. Un anciano con Alzheimer morirá de la forma mas digna cuando los celadores dejen de pasar la bandeja de comida por su habitación. Un joven que se amputó la pierna en un accidente de moto dejará de penar en esta vida cuando el director del hospital decida que no tiene suficiente dignidad en la pierna que le queda, y le elimine su alimento diario.
Que aprendan el Doctor Montes y sus mentores en la izquierda. Con lo cara que sale la morfina, en Italia han encontrado el remedio perfecto para morir dignamente en estos momentos de crisis. Basta con no alimentar a los futuros finados.
Es posible que el comentario me convierta en un fascista retrógrado y ultraconservador, pero no soy capaz de entender este planteamiento tan progresista. Para mí, dar de comer a un enfermo no es ensañamiento terapéutico.
Para el que no lo recuerde, Terry Schiavo era una estadounidense que, tras pasar más de quince años en estado vegetativo, murió después de que una controvertida sentencia judicial decretase que debía ser desconectada de las máquinas que la mantenían con vida. Pero Terry no estaba conectada a ninguna máquina. El daño cerebral que había sufrido cuando una bajada de potasio le provocó un ataque al corazón le afectó únicamente a su corteza cerebral, por lo que ninguna de sus funciones básicas fueron afectadas. Entonces, la solución aportada por los médicos y algunos de sus ¿familiares? fue eliminarle la sonda por la que le daban de comer. Al cabo de unos días, moría de inanición.
El caso de Eluana Englaro es, si cabe, todavía más sangrante. Eluana quedó en estado vegetativo irreversible el año 1992, tras sufrir un accidente de tráfico, y a diferencia de Schiavo, necesita de diversas máquinas para continuar viviendo. En una actitud que ni le honra ni todo lo contrario, Eluana había dicho tiempo atrás que, en caso de quedar en esta situación, quería que desconectasen las máquinas que la mantuviesen con vida. O, al menos, eso dicen sus familiares. Yo la entiendo. Yo querría que conmigo hiciesen lo mismo.
Pero en Italia no es legal desconectar a un enfermo en estado vegetativo de las máquinas de soporte vital. Por lo tanto, el médico que se atreviese a hacerlo se enfrentaría a un cargo por asesinato. La eterna disputa entre los partidarios del derecho a una muerte digna y los detractores de la eutanasia estaba servida. El asunto estaba en los tribunales, esperando una resolución que sentase jurisprucidencia en el sistema judicial italiano. Y la sentencia ha salido, y es lo que ha hecho que me quede de piedra. En una especie de solución salomónica, los jueces han decidido que desconectar los respiradores es técnicamente un homicidio, y como tal, está penado, pero retirarle la alimentación y la hidratación no lo es.
Es decir, que han condenado a Eluana a morir de hambre y sed, de la misma manera que lo hicieron hace unos años con Terry Schiavo, pero con el agravante de que han sentado un precedente que podrá ser utilizado de ahora en adelante. Se ha abierto la puerta para que, en los hospitales se deje de dar de comer a cualquier enfermo impedido, que son casi todos, por cierto. Un parapléjico que no pueda moverse de su cama dejará de recibir su ración diaria de comida y bebida, y al cabo de cinco días habrá saboreado las delicias de una muerte digna. Un anciano con Alzheimer morirá de la forma mas digna cuando los celadores dejen de pasar la bandeja de comida por su habitación. Un joven que se amputó la pierna en un accidente de moto dejará de penar en esta vida cuando el director del hospital decida que no tiene suficiente dignidad en la pierna que le queda, y le elimine su alimento diario.
Que aprendan el Doctor Montes y sus mentores en la izquierda. Con lo cara que sale la morfina, en Italia han encontrado el remedio perfecto para morir dignamente en estos momentos de crisis. Basta con no alimentar a los futuros finados.
Es posible que el comentario me convierta en un fascista retrógrado y ultraconservador, pero no soy capaz de entender este planteamiento tan progresista. Para mí, dar de comer a un enfermo no es ensañamiento terapéutico.