martes, 12 de agosto de 2008

PAC

El otro día fui a comprar manzanas.

Comparé precios y me di cuenta de que en Mozambique estaban baratísimas: me cobraban 10 cuando en España me pedían 50; así que me dije: perfecto, me compro trescientas mil toneladas, las vendo en España a 20, y consigo tres objetivos: ayudo a controlar la inflación (que está disparada), meto dinero en Mozambique, que buena falta les hace, y yo me hago inmensamente rico.

Pero algo falló; cuando fui a pedir los permisos al ministerio correspondiente me dijeron que no podía hacer eso, porque si vendía a ese precio los agricultores españoles no podrían hacer frente a la competencia y se arruinarían, por lo que me iban a cobrar 80 en concepto de aranceles.

Todo mi gozo en un pozo, decidí que mi negocio había fracasado antes de empezar, y compré mis manzanas a un francés muy amable, que me las cobró a 60, porque la inflación está disparada, y estaban destruyendo excedentes para mantener los precios elevados.

El caso es que el dinero que tenía apalabrado con Mozambique no les llegó, y muchas de las inversiones comprometidas no se pudieron llevar a cabo por falta de liquidez, con lo que su crisis se agravó. Entonces, vino el gobierno a decirme que le entregase una parte de mis beneficios para hacerlo llegar a Mozambique en concepto de ayuda al desarrollo. Protesté enérgicamente, porque me parecía un timo que no me hubiesen permitido invertir en Mozambique, que me hubiesen obligado a gastarme seis veces más dinero en comprar mis productos en Francia, y ahora me hiciesen pagar más dinero para entregárselo a Mozambique. Me dijeron que así eran las cosas y que, de todas formas no me podía negar, porque estaba previsto en los presupuestos generales, y ya me lo habían quitado vía impuestos.

Con ese dinero compraron trescientas mil toneladas de manzanas, que se hicieron llegar a Mozambique como ayuda humanitaria, y se repartieron entre la población. La gente, entonces, dejó de comprar manzanas a los agricultores locales, con lo que éstos se arruinaron, dejaron de atender sus cultivos por falta de dinero, y enormes extensiones de manzanos quedaron baldías. Cuando la ayuda internacional se acabó, los mozambiqueños ya no tenían dónde comprar manzanas, lo que hizo que sobreviniera una gran hambruna que tuvo como resultado que, durante dos meses, tuviésemos en el telediario de las tres de la tarde imágenes de negritos de ojos tristes y barrigas hinchadas, víctimas del capitalismo feroz que esquilma los recursos de los países del tercer mundo.

Ayer, unos de una ONG vinieron a mi casa para que apadrinase a un niño mozambiqueño por una módica cantidad... Casi se me saltan las lágrimas.

sábado, 2 de agosto de 2008

Hay que apretarse el cinturón

Pues sí. Parece ser que apretarse el cinturón se está convirtiendo en la panacea para salir airosos de esta crisis-que-no-es-crisis. Y no sólo por parte del gobierno: desde casi cualquier ámbito se está recomendando la austeridad como solución. Es evidente: como la culpa de la crisis no la tenemos nosotros, sino que ha sido creada por Estados Unidos con la guerra de Irak y las hipotecas subprime, no podemos hacer nada para intentar corregirla. Sólo podemos tener confianza y sentarnos a esperar que escampe. ¡Ah! Y apretarnos el cinturón, que en estas circunstancias, el consumismo feroz sólo puede alimentar el fuego.

Veamos; desde hace ya años se venía asumiendo que el modelo de crecimiento económico de España estaba totalmente desequilibrado, porque no producía riqueza. Entonces, ¿cómo era capaz de crecer a un ritmo de alrededor del 4%? Apoyándose en tres patas: Construcción (fundamentalmente de vivienda residencial), consumo privado, y financiación exterior (que proporciona el dinero para las otras dos) principalmente mediante la compra de deuda pública. Estas tres patas son fruto de la ilusión de un dinero barato y abundante creado por unos tipos de interés extraordinariamente bajos.

La crisis financiera que nos tiene a todos en vilo ha incidido directamente sobre el primer y tercer pilar del crecimiento español: la falta de confianza y un dinero cada vez más caro han cortado de raíz la entrada de financiación en España, lo que nos ha llevado a una crisis de liquidez que ha hecho que, en primer lugar, los bancos se hayan vuelto súbitamente muy escrupulosos a la hora de conceder créditos, y en segundo lugar, que las empresas constructoras tengan problemas muy serios a la hora de encontrar financiación para construir las viviendas, e incluso para terminar las que ya están empezadas.

Con la entrada de capital congelada y la construcción en K.O. técnico, la única pata que podría mantener nuestra economía al ralentí es el consumo privado. La austeridad podría ser una salida, siempre y cuando el dinero ahorrado pudiese ir destinado a la financiación empresarial vías fondos de inversión o aumento de la liquidez bancaria mediante depósitos. Pero el tratamiento fiscal del ahorro en España es tan desfavorable para el ahorrador que todo apunta a que ese dinero se quedaría guardado bajo el colchón, perdiendo valor mes a mes con una inflación que supera ya holgadamente el 5%.

Por lo tanto, lo mejor que se puede hacer en estos momentos (siempre dentro de las posiblidades de cada cual) es, precisamente, consumir. Porque los efectos de apretarse el cinturón ya los estamos viviendo: empresas de automóviles que despiden trabajadores, agencias de viajes que cierran, negocios que van a la quiebra... Todo ello se traduce en lo mismo: más paro; por consiguiente, más dinero empleado en el seguro de desempleo, menos cotizantes para hacerse cargo de las pensiones y de la sanidad, lo que lleva a más carga fiscal para los que han tenido la suerte de no quedarse sin empleo.

Consumiendo, las empresas tienen una vía alternativa de financiación (la venta de sus productos). Es seguro que ésto, por sí sólo, no vaya a sacarnos de la crisis, pero por lo menos nos mantendrá a flote hasta que cambien las tornas.

Los que tienen que apretarse el cinturón son las administraciones públicas, reduciendo su tamaño, eliminando ministerios inservibles (se me ocurren, de momento, dos) y reduciendo la carga fiscal sobre las familias y las empresas. Ésto, y no la austeridad de los ciudadanos, es lo que nos sacará de la crisis.